31 December 2006

EXPLICAR EL MUNDO






El ansia de explicar el mundo lastra Babel, el fin de la trilogía del dolor: en la retina, quedan grabadas a fuego Adriana Barraza y Rinko Kikuchi.

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[+] Babel. Crítica y reseña, en ¿Y si esta vez te quedaras?
[+] "Babel", de Alejandro González Iñárritu, en Mi galaxia lejana

[+] Babel, en Pelisbilbao
[+] Babel: cuando estás incomunicado en tu propio mundo, en Somewhere Only We Know...
[+] Babel. La torre que comenzó a construirse por el tejado, en Arcadia
[+] Babel, por Mikel Zorrilla, en Elpaísliterario.com
[+] Daños colaterales, en El séptimo cielo
[+] Grandes ironías, en Videodromo
[+] Ahora en cines: "Babel", en Ser cinéfago, según John Trent

P. S. Feliz, feliz año para todos. Que lo mejor que os haya pasado en el 2006 se repita y cuadruplique en este 2007. Y en cuanto a lo malo... ¡¡¡que se vaya a hacer gárgaras, hombre!!!

EL UNIVERSO GOMAESPUMA





Ni P. Tintos ni Mortadelos: el universo Gomaespuma ha alcanzado su máxima expresión en Cándida.

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28 December 2006

EL ESCRITOR INFALIBLE


No es raro ver a escritores entre los jurados de los festivales de cine. De hecho, ya nadie se extraña cuando lee la relación de nombres que se encargarán de conceder los galardones de un certamen; ni siquiera, cuando el literato elegido confiesa no ver habitualmente películas, y que lo único que conoce de lo que se hace últimamente es lo que se programa en televisión (y que, como cualquier aficionado al séptimo arte sabe, no es precisamente la mejor manera de acercarse a lo más interesante de la producción cinematográfica mundial).

Una declaración como ésta la hizo el premio Nobel José Saramago, integrante del jurado del último Festival de Cine de San Sebastián, y no pasó nada. Bien es verdad que tampoco fue demasiado original; por poner sólo un ejemplo, Juan Carlos Onetti, como reconoció su viuda en un acto público, ejerció de jurado sin gustarle ir al cine (bueno, en realidad, como todo el mundo sabe, no le gustaba salir de casa para ir a ningún sitio).

Es algo que me llama mucho la atención: ¿por qué los escritores, por el mero hecho de serlo, parecen tener barra libre para opinar del resto de las artes? Y no sólo sucede con el cine: intervienen en ciclos de conferencias sobre pintura, sobre música, en cualquier tertulia televisiva, en la que basta que en el rótulo aparezca “escritor” para que tenga bula para opinar sobre cualquier tema (aunque existe la fórmula mixta “escritor y periodista”, de similar, aunque un poco menos glamurosa, eficacia).

Pero, limitándonos al cine, que es lo que nos ocupa en este blog: ¿de dónde viene ese prestigio, esa superioridad de la letra escrita frente a la imagen? ¿Qué pensaríamos si en el jurado que discute cualquier premio literario importante apareciesen cineastas sin una carrera literaria de importancia? (ha habido algunos ejemplos, como el premio Alfaguara, en el que han participado como jurados directores como Agustín Díaz Yanes o Isabel Coixet). Porque, si de lo que se trata es de ofrecer una visión aperturista de las artes, una que no busque compartimentar, ¿por qué no lo hacemos con todas? ¿Por qué los jurados de los festivales de cine no se llenan de pintores, de músicos, de escultores, de diseñadores de moda, de galeristas o directores de orquesta? (y lo mismo cabe decir del resto de comités que imparten prestigio y reconocimiento).

No: no se entendería que Cannes o Venecia hiciesen algo así, pero en cuanto se trata de escritores, se les abre las puertas de cualquier jurado. Y que conste que no me refiero a los que han mantenido y mantienen alguna relación con el cine, como pueda ser un Paul Auster. Lo importante a la hora de ejercer como jurado tendría que ser el demostrar una capacidad para valorar el arte cinematográfico, un arte con sus propias reglas, sus códigos particulares… Y eso no lo da la literatura, no: lo da el cine, en cualquiera de sus vertientes, como espectador, como director, como crítico… como sea. Independientemente de que, además, uno pueda dedicarse a escribir, a fotografiar, a pintar, a componer…

La letra escrita tiene su sitio, uno muy importante. Pero no reina sobre los demás: afortunadamente, somos seres complejos, y nuestra búsqueda de la belleza conoce muchos caminos. Y el que domine uno de ellos no se hace, automáticamente, experto en el resto. Aunque haya recogido un premio de manos del mismísimo rey de Suecia.

25 December 2006

UNA HISTORIA DESOLADORA






Requiem, más que la historia de un exorcismo, es el devastador retrato de la mayor de las soledades: la de la enfermedad mental.

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OTRO CON SORPRESA






Mentes en blanco: otro thriller con sorpresa final.

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22 December 2006

LA VIDA Y LA MUERTE


Es el talón de Aquiles de una obra imponente, con vocación de clásico. Una escena ante la que incluso los más ardientes defensores de Munich (entre ellos el amigo Rob, que acaba de distinguirla como la mejor de este año que se acaba en su blog) muestran sus reservas.

Seguro que todos los que han visto la película saben a qué escena me refiero: la de Nueva York, cuando Avner, el protagonista soberbiamente interpretado por Eric Bana, hace el amor con su mujer, prácticamente alucinado, mientras el montaje nos va mostrando la secuencia completa de la matanza de los atletas israelíes (una matanza que, obvio es decirlo, él no ha presenciado).

Ríos de tinta han corrido sobre esta secuencia, que en general ha sido colocada en el debe de la película, en un apartado especial que podríamos definir como spielberadas: o sea, una muestra más de ese punto entre sentimentalista, facilón y excesivo que suele apuntar en sus películas (y que en algunas, más que un punto, se convierte en todo un borrón que hunde el film). En todo caso, la escena ha sido atacada por no cuadrar con el tono de una propuesta que encara el conflicto palestino-israelí con una sorprendente madurez en un cineasta que se había caracterizado, hasta ese momento, por una militancia a muerte y acrítica en favor del Gobierno israelí.

Por eso, Munich, sin abandonar su opción ideológica, introducía nuevos elementos que enriquecían el acercamiento a un tema tan doloroso y en carne viva. En gran parte gracias al extraordinario guión de Tony Kushner y Eric Roth, en el que cualquier maniqueísmo fácil queda reventado y en el que los dos bandos enfrentados tienen rostro, anhelos, hijos y se enredan en una violencia que se retroalimenta y en la que al final resulta imposible recordar por qué se mata y se muere. Y, entre el puñado de momentos que quedan grabados a fuego en la memoria, el plano de la muerte de la asesina fría y despiadada, que Spielberg, en una arriesgada y sobrecogedora pirueta, acaba convirtiendo en objeto de piedad.

Gran parte de la fuerza de la película reside en la coherencia que la recorre. Y esa coherencia, a pesar de lo que muchos dicen, envuelve también la escena que nos ocupa. Varios momentos en la película hablan del ansia por tener una tierra, una casa, una familia... símbolos todos de una entidad mayor, un pueblo, un país... algo que, al final del metraje, no queda claro si no es una simple abstracción presta a ser manipulada por los burócratas de turno (Avner sólo logra formar una familia cuando se aleja de su tierra, cuando se enfrenta a su Gobierno... cuando logra tomar las riendas de su vida y alejarse de la asfixia de tener que supeditarse a un fin superior que cada vez ve menos claro).

Y, en defensa de esa necesidad básica, que involucra a todos (como vemos en la conversación con el terrorista palestino, el otro, el enemigo con un rostro joven, humano, en la que le pregunta por qué morir por un secarral), late un impulso aún más potente, más íntimo: el de la vida, la supervivencia. Si a lo largo del metraje hemos visto la paradoja de que ese ideal sólo trae muerte y dolor sin sentido, Spielberg muestra, en la escena del apartamento de Nueva York, a una pareja entregada al sexo, la representación más potente de la vida, la más contundente prueba de estar vivos por su capacidad para engendrar vida.

Es un acto sexual exento de sensualidad, más rayano en lo alucinatorio, casi en lo místico, en el que ella llega a taparle los ojos con las manos, como si no quisiera que él viese las escenas de muerte... dos escenas, sin embargo, que, de una manera extraña, quedan conectadas, como si fuesen las dos caras de una misma realidad y compartieran un mismo origen, capaz de lo mejor y lo peor, de engendrar vida y de segarla.

Sólo un maestro como Spielberg podía atreverse con una metáfora tan arriesgada y cargada de significado, plenamente coherente con el discurso de la película. Un planteamiento que podrá ser discutido ideológicamente (es una película de tesis que busca precisamente eso, abrir el debate) pero que, cinematográficamente, es de una contundencia artística intachable, y desde luego muy rara en el cine comercial hollywoodiense.

P. S.
Sí, ya sé que este tema no es nada navideño. Pero esta posdata sí: pasad buena noche. Nos leemos a la vuelta, cuando hayamos hecho la digestión :) Un abrazo.

MUNICH. Munich. EE. UU., 2005. Color, 164 min. Director: Steven Spielberg. Guión: Tony Kushner, Eric Roth. Intérpretes: Eric Bana, Daniel Craig, Ciarán Hinds, Mathieu Kassovitz, Geoffrey Rush, Michael Lonsdale, Valeria Bruni Tedeschi, Mathieu Amalric, Marie-Josée Croze, Lynn Cohen. Fotografía: Janusz Kaminski. Montaje: Michael Kahn. Música: John Williams. Producción: Kathleen Kennedy, Barry Mendel, Steven Spielberg, Colin Wilson. Vista en: Cine y DVD (Warner)

19 December 2006

SAPHIRA... Y POCO MÁS





Que hayan intentado hacernos pasar Eragon como un remedo de El señor de los anillos clama al cielo... Lo único que se salva de este telefilme hinchado es la dragona Saphira, Jeremy Irons... y poco más (¡pero poco, poco!)

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[+] Los peajes de la industria, en Silencio, se rueda

[+] Eragon, por Mikel Zorrilla, en Elpaisliterario.com
[+] Cinema recensioni: Eragon, en They Made Me Do It


16 December 2006

LOS ORÍGENES DEL DESASTRE




Con escasos medios, el director chileno Miguel Littin nos cuenta en La última luna la historia de su abuelo en la Palestina que pasa del Imperio otomano al protectorado británico, y donde aparece la semilla del desastre posterior.

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13 December 2006

BABE FOREVER!





La espectacularidad de Happy Feet llega a límites insospechados. Y sin embargo, de George Miller, uno de los padres del inolvidable Babe, el cerdito valiente, cabía esperar algo con más alma.

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[+] Crítica: "Happy Feet: Rompiendo el hielo" (DVD), en Cineahora

08 December 2006

TAMBIÉN LOS PEORES QUIEREN SER NIÑOS


Si para muchos Grupo salvaje es la obra mayor de Sam Peckinpah es entre, otras cosas, porque en ella queda fijada, como en ninguna, su concepción de la violencia, que en sus películas aparecía reflejada con una contundencia para la que muchos, en aquellos años, no estaban preparados.

Se le suele incluir en la lista de directores que contribuyeron a desmitificar uno de los escasos géneros verdadera y originalmente cinematográficos; la paradoja es que, mientras iba echando paletadas sobre el western, muchos de aquellos montones de tierra llamados a finiquitarlo guardaban en su interior auténticas maravillas. En cierto modo, puede decirse que asistimos a un entierro que dura ya varias décadas y en el que, esporádicamente, aparecen nuevos oficiantes que no terminan de convertirlo en pasado.

Sin embargo, el mismo año que Sergio Leone dinamitaba la imagen de buen americano de Henry Fonda convirtiéndole en un asesino capaz de matar a un niño en Hasta que llegó su hora, Peckinpah iba más allá y, en los pliegues de su crepuscular relato sobre los últimos días de una banda de forajidos, arrojaba una mirada aún más escéptica y venía a decir que no hay solución para la violencia, porque ésta es innata y forma parte de la misma naturaleza humana.

Y para demostrarlo, nada mejor que tomar como ejemplo a los niños. No es casual que en los créditos de apertura cobren el mismo relieve la banda capitaneada por Pike (William Holden) mientras entra en un pueblo para robar el dinero del ferrocarril, y un grupo de críos que ríen divertidos mientras arrojan a dos escorpiones a un montón de hormigas para que se los coman mientras ellos se retuercen, en un adelanto simbólico de lo que ocurrirá al final de la película (estas escenas de crueldad animal de Peckinpah, como la del tiro al blanco sobre las gallinas semienterradas de Pat Garrett y Billy The Kid, serían, hoy en día, prácticamente imposibles de rodar).

Pero no será éste el único momento en el que los niños ejerzan ese papel: al final de la primera carnicería, un grupo de chiquillos irrumpirá en la calle sembrada de cadáveres mientras ríen y juegan gritando "¡bang, bang!"; los soldados que morirán de forma estúpida en el tiroteo del puente apenas son poco más que adolescentes, el mismo Pike recibirá el último tiro a manos de un niño armado hasta los dientes... Como dice un anciano mexicano en un momento del film: "A todos nos gustaría volver a ser niños, incluso a los peores. Y éstos, quizá más que nadie".

Unos niños que simbolizan, en el ideario de Peckinpah, el nuevo mundo que irrumpe y que borrará al viejo Oeste sin civilizar, un entorno salvaje, cruel, pero con una ética (muy particular, pero ética al fin) cantada por los maestros encabezados por John Ford. Un mundo que ya no existe, por lo que a los héroes peckinpahianos sólo les queda morir y desaparecer. En su lugar crecerán los cachorros despiadados que traerán los coches que desplazarán a los caballos, las ametralladoras que aniquilarán indiscriminadamente (en todas las secuencias en las que aparece, veremos cómo bajo sus balas cae la gente sin distinción, incluso los del mismo bando), o los políticos y militares que llamarán a guerras y revoluciones sólo para satisfacer su personal ansia de poder, y en las que el amigo de la mañana puede ser el enemigo de la tarde.

Ése es el mundo cuyo origen retrata Peckinpah, y de eso es de lo que nos habla Grupo salvaje: de cómo empezamos a ser como somos. Y, casi cuarenta años después, sus imágenes, y su demoledor final, nos siguen interpelando.

GRUPO SALVAJE. The Wild Bunch. EE. UU., 1969. Color, 134/145 (versión Director's Cut de 1995) min. Director: Sam Peckinpah. Guión: Walon Green, Roy N. Sickner, Sam Peckinpah. Intérpretes: William Holden, Ernest Borgnine, Robert Ryan, Edmond O'Brien, Warren Oates, Jaime Sánchez, Ben Johnson, Emilio Fernández. Fotografía: Lucien Ballard. Montaje: Lou Lombardo. Música: Jerry Fielding. Producción: Phil Feldman. Vista en: DVD (Warner).

[+] La ley es una cosa muy curiosa
[+] Lo que pudo haber sido y no fue

04 December 2006

LA PEDANTERÍA NO ES POESÍA




Fracaso sonado: El camino de los ingleses es un despropósito desde el primer fotograma. Un auténtico delirio, inexplicable en un Banderas director que había arrancado inmejorablemente con Locos en Alabama.

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[+] Desequilibrada y osada apuesta, en Silencio, se rueda
[+] Excesos poéticos, en Cineahora

"PAPÁ, RECUÉRDAME QUE SUEÑE ESTA NOCHE CON LA PELÍCULA"


Perdemos la plastilina, pero al menos nos queda el humor bien británico y malévolo de la Aardman: Ratónpolis es un soplo de aire fresco en un año en el que la abundancia de películas animadas no es proporcional a su calidad.

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[+] Crítica: "Ratónpolis", en Cineahora
[+] "Ratónpolis", de David Bowers y Sam Fell, en Mi galaxia lejana

01 December 2006

CUANDO LO QUE TE HICIERON ESTÁ SIEMPRE ANTE TI





Grbavica es el relato de los sufrimientos de uno de los colectivos más castigados por las consecuencias de una guerra: las mujeres. Realismo sin concesiones, pero ¿suficiente para merecer el Oso de Oro que ganó en Berlín?

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27 November 2006

MATAR PARA ATRAPAR LA BELLEZA


Tal vez la adaptación de El perfume esté llamada a representar lo que fue El nombre de la rosa para la cinematografía europea hace dos décadas; tal vez. En todo caso, una obra hermosa por momentos, aunque algunas limitaciones debidas a su condición de gran producción le impidan alcanzar el grado de maestría.

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[+] Crítica: "El perfume", en Cineahora
[+] El perfume: historia de un asesino, en Pelisbilbao
[+] Cinema recensioni: "El perfume", en They Made Me Do It
[+] Live After Sitges: "El perfume", en Sitges en coreano significa cadáver

24 November 2006

EL REBELDE ESENCIAL


Rebelde. Ésa es la palabra más repetida en los cientos de páginas que se han escrito estos días con motivo de la muerte de Robert Altman. Rebelde por no plegarse a los modos de producción hollywoodienses, por preferir refugiarse durante décadas en la televisión a hacer películas que no le gustasen, rebelde por morir con 81 años en plena actividad, con un título aún calentito y otro cocinándose en el horno cuando ninguna productora da un duro por un cineasta que corre el riesgo de morirse en la silla de director (que se lo digan, si no, a Billy Wilder)...

Rebelde. Una palabra reservada para unos pocos en la cinematografía estadounidense, John Huston (que también logró mantenerse activo hasta el final, y para colmo, se despidió con una obra maestra) y pocos más. Pero el aspecto menos mencionado de su rebeldía, aunque tal vez más esencial, sea la forma en como concebía sus películas.

Cineasta irregular, con una larga pero necesariamente expurgable filmografía, sus obras mayores (Nashville, El juego de Hollywood, Vidas cruzadas, Gosford Park), así como bastantes de las más olvidables (Prêt-à-porter), están recorridas por una misma concepción cinematográfica en la que prima la visión de conjunto a la exaltación del individuo. Un esquema en el no existe un protagonista claro y que parecería ajeno a los intereses de las grandes estrellas, si no fuera porque, paradójicamente, muchas de ellas ansiaban trabajar con él.

Un poco como nuestro Berlanga, aunque con intenciones y modos bien diferentes, el Altman más inspirado nos regala un perfecto dibujo de las relaciones entre las personas, de las situaciones de poder y opresión en que nos movemos, y nos dice que cada movimiento que hacemos en la vida tiene siempre consecuencias inesperadas e inevitables en los que nos rodean, incluso en los que no nos conocen, y que la existencia no es más que un deslizarse por los miles de caminos entrecruzados que trazamos con cada acción, con cada pensamiento, con cada duda y frustración.

Hay una secuencia, entre otras muchas, que define a la perfección la mirada de Altman. Ocurre en Gosford Park, donde el mapa de esa zona confusa donde confluyen las rígidas jerarquías sociales y los anhelos personales quizá se nos presenta de forma más clara y contundente, y tiene un plano simplemente maravilloso: mientras se oye una canción en el salón donde los ricos y aristócratas convocados pasan el tiempo, juegan, charlan, sin prestar la más mínima atención a lo que está sonando, los criados se acercan a las puertas entreabiertas y la escuchan en silencio.

Ese plano prodigioso de "los de abajo" sentados en las escaleras, en penumbra e iluminados por la luz que sale de la estancia de "los de arriba", recogiendo las migajas de una belleza que no les era destinada aunque ellos la aprecian mejor porque están hambrientos de ella, no como sus ahítos señores, vale por cincuenta páginas de un libro que nos quisiese describir, utilizando sólo la palabra, esas mismas relaciones.

Ése era el Altman en estado de gracia, el Altman que todos recordaremos y que, seguramente, volveremos a ver en su último y testamentario trabajo, A Prairie Home Companion, aún inédito entre nosotros. Qué suerte que aún nos quede un dulce en la bandeja; ahora sólo hace falta que el camarero de la distribuidora se acuerde de traerlo hasta nuestra mesa: como los criados, nosotros también estamos hambrientos de belleza.

21 November 2006

LO MEJOR, LOS TRUCOS




Primera
arribada mágica a nuestras pantallas a la espera de The Prestige. Lo mejor de El ilusionista: el empaque visual, con momentos realmente hermosos (y Paul Giamatti, claro). Lo peor, un guión demasiado obvio y trillado.

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[+] Crítica: "El ilusionista", en Cineahora
[+] El ilusionista, en Pelisbilbao
[+] The Illusionist (El ilusionista), en Sitges en coreano significa cadáver
[+] Apuntes sobre El ilusionista, en El gran carnaval
[+] Sorpresa!, en El séptimo cielo
[+] El ilusionista, en Rod@ndo

LA BOMBA SUBVERSIVA




Borat es una experiencia provocativa al límite, y su estructura de falso documental, no apto para todos los estómagos ni retinas, esconde bajo lo soez una lúcida e inteligentísima crítica hacia Estados Unidos y sus habitantes.

18 November 2006

LOS ROSTROS DE LA ENFERMEDAD


Que el cine es un espejo que refleja cómo es la sociedad en la que se han hecho las películas es casi una perogrullada; numerosos estudios lo utilizan como una de las vías para investigar y conocer cuáles son los valores imperantes, así como la forma en que se viven las situaciones que, inevitablemente, acaban afectando a los individuos que la componen.

Resulta muy revelador fijarnos en uno de ellos: la enfermedad. ¿Cómo aparece reflejada en el cine actual? Tomemos cuatro ejemplos, dos españoles, uno norteamericano y otro francés, todos del cine más o menos comercial que llega habitualmente a nuestras pantallas.

En una sociedad en la que los valores en alza son la belleza, la salud, la juventud, parecería que no queda sitio para la enfermedad, el reverso de las imágenes y los mensajes en los que vivimos inmersos, queramos o no, las veinticuatro horas del día. En una cultura del éxito y los logros como la nuestra, no encaja lo que supone la mayor derrota de estos conceptos que marcan el triunfo personal y social. Cuando la clave de la felicidad reside (o así se nos quiere transmitir) en el control absoluto sobre nuestra vida, la irrupción de algo tan devastador y fuera de nuestro control como puede ser una enfermedad (que además destruye la belleza, aja la juventud y trunca cualquier proyecto de futuro), se vuelve sencillamente inasimilable, y la mejor estrategia para enfrentarla parece ser la negación y ocultación de una realidad tan desagradable (como demuestra una visita a cualquier moderno tanatorio, en el que la acumulación de eufemismos para ocultar lo que allí se alberga llega al paroxismo cuando se leen, en cualquiera de las revistas gremiales que suele haber en ellos, anuncios de hornos crematorios alabados por su capacidad de procesamientos/hora, en una jerga que no tiene nada que envidiar a los muy asépticos términos con los que se referían los técnicos nazis a sus cámaras de gas).

Por eso, no resulta extraño que la directora más moderna de nuestro cine, Isabel Coixet, aborde la cuestión de la enfermedad, en su celebrada Mi vida sin mí, de una manera modélica según los usos y costumbres actuales: la protagonista, interpretada por Sarah Polley, recibe la noticia de que morirá próximamente de cáncer, y se pone como tarea hacer una serie de cosas antes de morir, una excusa argumental que justifica que la cinta esté llena de momentos supuestamente emotivos y de una gran carga emocional.

El problema es que, en realidad, la película, de tanto querer hurtarnos el lado amargo de lo que narra (se nos dice que la protagonista está enferma, pero en ningún momento vemos en pantalla efecto alguno de esa enfermedad), se instala en ese terreno perfecto, ideal, en el que vive la publicidad y la llamada cultura de diseño, un mundo sin riesgos, no tan lejano en realidad a otras visiones idílicas de otros tiempos y, en el fondo, profundamente conservadora y confortable, por más que se oculte bajo un ropaje de aparente arte y ensayo. Así pues, en esta película, como en general todo el cine de la Coixet, nos enfrentamos a un cascarón vacío, elegantemente envuelto pero en el que la muerte y la enfermedad es una convención narrativa más que, en el fondo, no significan nada.

Algo parecido ocurre con la visión de Alejandro Amenábar, quien en Mar adentro traza un retrato sólo un poco menos complaciente de una situación tan devastadora como la del tetrapléjico Ramón Sampedro, aquí interpretado por Javier Bardem. El discurso de Amenábar encaja como un guante en la misma línea principal de edulcorar la situación, hurtando los mayores riesgos, hasta el punto de intercalar secuencias sonrojantes y directamente ridículas como los del vuelo del personaje que abandona la cama para visitar la playa. Lo que algunos llaman metáfora, aparece más bien como la negación de lo narrado con anterioridad, pues una vez más se liman las aristas hasta convertir una situación tan extrema en algo fácilmente asumible y comercial (hasta el punto de que el cartel norteamericanao prefirió apostar por la imagen de un Bardem/Sampedro joven y atractivo, que en la película ocupa escaso metraje). Sólo al final, cuando se reconstruye el vídeo real del suicidio del protagonista, hay una concesión a la realidad, a la dureza de la muerte, pero se trata de un recurso desenganchado del resto de la película.

Se puede argumentar que la línea entre mostrar la dureza de una enfermedad y el exhibicionismo es muy fina, y es cierto que los telefilmes lacrimógenos se cuentan por miles. Pero, ante un relato en el fondo muy parecido, Clint Eastwood demostró en Million Dollar Baby que la plasmación de la humillación y sufrimiento que supone la enfermedad, en este caso la de la tetrapléjica interpretada por Hillay Swank, no hacen más que dar sentido y coherencia a una historia, en el fondo, mucho más humana que un abordaje tibio y políticamente correcto. Si en la película de Eastwood no se nos mostrase la degradación en el estado de la ex boxeadora, nada de lo que se nos cuenta tendría sentido; sólo hacer presente el dolor humaniza a los personajes, y acaba llevando a una verdadera identificación emocional del espectador.

Pero quizá la película que de forma más honesta, sin caer en la truculencia ni el efecto fácil, ha abordado el tema de la enfermedad en los últimos años, es la producción francesa curiosamente titulada La vida, de Jean-Pierre Améris, en la que se nos narra una preciosa historia de amor entre un enfermo terminal de cáncer que ingresa en una clínica para morir y la voluntaria que le atiende. Este argumento, que sobre el papel puede sonar a fácil e inverosímil, se vuelve ante nuestros ojos en perfectamente asumible, entre otras cosas porque esa relación se mueve en todo momento en los márgenes de lo creíble por la situación, y porque no se hurtan las dudas de una mujer (adorable Sandrine Bonnaire) que atraviesa un momento sentimentalmente muy vulnerable, y que no puede evitar tener dudas sobre si debe seguir los impulsos de su corazón o evitar el daño que, sabe, será inevitable.

La vida es una rara avis porque en ella podemos ver, con una elegancia que huye de lo escatológico y que nada tiene que ver con el cómodo diseño, cómo se van manifestando los síntomas de la enfermedad. Ante nuestros ojos, el protagonista irá degradándose, en un proceso que quien lo haya vivido en un ser querido reconocerá perfectamente (a lo que ayuda el particular físico de Jacques Dutronc). Y sin embargo, esta propuesta, aparentemente más desoladora y desesperanzada, termina revelándose como la más hermosa, vitalista y reconfortante. Porque es, pura y simplemente, la más humana. Y, nos guste o no, la enfermedad y la muerte definen la humanidad tanto como la risa, el nacimiento o el amor; negarlo es negarnos a nosotros mismos y renunciar a una visión plena de lo que somos.

MAR ADENTRO. España, Francia, Italia, 2004. Color, 125 min. Director: Alejandro Amenábar. Guión: Alejandro Amenábar, Mateo Gil. Intérpretes: Javier Bardem, Belén Rueda, Lola Dueñas, Mabel Rivera, Celso Bugallo, Tamar Novas, Joan Dalmau. Fotografía: Javier Aguirrresarobe. Montaje: Alejandro Amenábar. Música: Alejandro Amenábar. Producción: Alejandro Amenábar, Fernando Bovaira. Vista en: Cine, TV.

MI VIDA SIN MÍ. España, Canadá, 2001. Color, 106 min. Dirección y guión: Isabel Coixet, basado en el libro de Nanci Kinkaid Pretending the Bed Is a Raft. Intérpretes: Sarah Polley, Amanda Plummer, Scott Speedman, Leonor Watling, Deborah Harry, Maria de Medeiros, Mark Ruffalo. Fotografía: Jean-Claude Larrieu. Montaje: Lisa Robison. Música: Alfonso Vilallonga. Producción: Esther García, Gordon McLennan, Agustín Almodóvar, Pedro Almodóvar. Vista en: Cine.

MILLION DOLLAR BABY. Million Dollar Baby. EE. UU., 2004. Color, 132 min. Director: Clint Eastwood. Guión: Paul Haggis, basado en las historias de Rope Burns, de F. X. Toole. Intérpretes: Clint Eastwood, Hillary Swank, Morgan Freeman, Jay Baruchel. Fotografía: Tom Stern. Montaje: Joel Cox. Música: Clint Eastwood. Producción: Clint Eastwood, Paul Haggis, Tom Rosenberg, Albert S. Rudy. Vista en: Cine, DVD (Warner).

LA VIDA. Ç'est la vie. España, Francia, 2001. Color, 113 min. Dirección y guión: Jean-Pierre Améris, basado en los libros La mort intime, de Caroline Bottaro, y en la novela de Marie Hennezel. Intérpretes: Jacques Dutronc, Sandrine Bonnaire, Emmanuelle Riva, Jacques Spiesser. Fotografía: Yves Vandermeeren. Montaje: Martine Giordano. Producción: Philippe Godeau. Vista en: Cine.

14 November 2006

EN LA CORTE DE HELEN MIRREN



Su Majestad Helen Mirren reina en esta película, y ni siquiera necesita un Oscar que demuestre que estamos ante una de las mejores obras de los últimos años. Su perfecta interpretación de Isabel II encabeza unos títulos de crédito en los que resulta tarea imposible encontrar el menor fallo.

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[+] La reina, en Pelisbilbao
[+] Cinema recensioni: The Queen..., en They Made Me Do It

LOS FANTASMAS... ¿DE GOYA?



Llegó por fin Los fantasmas de Goya, la esperada nueva película de Milos Forman, rodada íntegramente en España. Llegó, sí; pero la sensación que deja, inevitablemente, es de decepción. O, visto el trailer, ¿de verdad nos ha decepcionado tanto?

10 November 2006

DE BUTACAS Y BLOGS



Semana de (gratas) novedades para éste su humilde servidor que les escribe: los chicos de LaButaca.net me han ofrecido colaborar con su web, algo que, por inesperado, me ha alegrado muchísimo, pues no en vano se trata de una de las páginas que, desde que me he ocupado de cosas relacionadas con el cine, más útiles me han sido. Así que, obvio es decirlo, tener la posibilidad de colaborar con ellos es una oportunidad que me he apresurado a aceptar (espero que no sean ellos los que tengan que arrepentirse).

Mi colaboración consistirá en la publicación de críticas de estrenos, a un ritmo similar con el que venían apareciendo en este blog. Por ello, a partir de ahora, será allí donde continuaré comentando las nuevas películas que tenga ocasión de ver; pero, por si alguno de vosotros quiere seguir leyéndolas, iré informando aquí, en Dioses y Monstruos, de las críticas que vayan apareciendo.

¿Quiere eso decir que abandono el blog? Ni mucho menos. De hecho, hay una pequeña espina que tengo clavada, y que llevaba ya bastante tiempo queriendo sacarme: dado que últimamente me había centrado en los estrenos, tenía muy descuidada la publicación de posts de temas más generales, clásicos o que, por alguna u otra razón, tienen que ver con el cine y que me interesan tanto o más que aquéllos. Ahora, ocuparán todo el espacio de este blog.

No hace falta que os diga que me ilusiona mucho esta nueva etapa; quiero daros las gracias a todos los que me seguís en los (aún pocos) meses que hay luz en esta casa. Si queréis continuar, podéis estar seguros de que aquí se seguirá hablando de cine, una pasión que espero nunca me abandone, y que he tenido la inmensa suerte de compartir con vosotros, amigos sin rostro pero ya, en cierta manera, habituales en mi casa, en la pantalla de mi ordenador, a veces coincidiendo, otras con disparidad de criterios, pero siempre siempre aprendiendo de vosotros.

Gracias a todos; y, parafraseando a Buzz Lightyear, hasta el próximo post... ¡y más allá!

P. S. Muy "hábilmente", como veréis, me he cargado sin querer la plantilla del blog... Os pido paciencia mientras, poco a poco, voy reconstruyéndola.

07 November 2006

GORE FOR PRESIDENT


Lo malo que tienen las películas, o libros, o lo que sea, que defienden una causa que todos suscribiríamos, es lo difícil que es hacer una crítica de ellos. En general, solemos tender a pensar: "bueno, si contribuye a lograr algo bueno, ¿qué más da lo demás? Al fin y al cabo, el fin justifica los medios..."

Pues si hay un ejemplo de libro, es este documental, Una verdad incómoda, un vehículo destinado a lanzar la voz de alarma sobre el cambio climático que se nos avecina y que, lo sentimos señores, ya está llamando a nuestras puertas: porque, si todavía quedaba alguien que siguiera consolándose con el cínico pensamiento de "Bueno, ¡total, yo no lo voy a ver...! El que venga detrás, que arree...", ya puede ir despidiéndose de forma tan útil y sencilla de escurrir el bulto: como nos demuestra la película con profusión de datos, el plazo es sensiblemente inferior a todo lo que se creía hasta ahora: no sólo no es cuestión de siglos, sino que, desgraciadamente, sus devastadores efectos empezarán a notarse mientras la generación actual aún esté haciendo de las suyas sobre el planeta.

Es más, el tiempo que queda para poder hacer algo que lo impida es muy fácil de medir: diez años. Si no se invierte, o al menos se ralentiza, el proceso que está intensificando el efecto invernadero (es decir, básicamente, la emisión de gases a la atmósfera, junto a actividades tan variadas y destructivas como la deforestación, la superpoblación o el derroche del agua, entre otras muchas), el futuro que nos describía Hijos de los hombres puede quedarse corto ante lo que veremos.

Como veis, resulta difícil, por no decir imposible, no adherirse incondicionalmente a esta rara avis que llega a nuestras pantallas con el loable objetivo de dar un aldabonazo que despierte las conciencias que aún puedan dudar de que no estamos ya ante una controversia de especialistas, sino ante un hecho científico más que probado, que ya está empezando a dejar sentir sus primeros efectos con los desastres meteorológicos, la aparición de nuevas enfermedades, la extensión del hambre mundial o el derretimiento a marchas forzadas del Polo Norte, Groenlandia o la Antártida... o sea, que hay que tener muy mala leche para encontrarle un "pero" a una propuesta así.

...pues me temo que yo sí, yo lo tengo. Y tiene nombre: Al Gore.

Porque el problema es que esta película, que parte de un principio asumible por todos los "hombres de bien" (expresión que normalmente me repele, pero que aquí utilizo en su significado literal, es decir, la de aquellos que, normalmente, no desean el mal) se revela como un vehículo a mayor gloria y ensalzamiento del que fuera vicepresidente de los Estados Unidos en los ocho años de mandato Clinton, además de derrotado en, digamos, controvertidas circunstancias ante su rival George W. Bush en las presidenciales del 2000 (él mismo se presenta en el documental, haciendo gala de un gran sentido del humor diciendo: "Buenas noches, soy Al Gore, y una vez fui conocido como 'el próximo presidente de los Estados Unidos de América'").

Hasta tal punto es así que, en realidad, la película no es otra cosa que la filmación de una conferencia que Gore lleva pronunciando desde hace años, en una cruzada personal contra el cambio climático, tanto fuera como dentro de Estados Unidos. Y, cuando digo una conferencia, digo bien, porque literalmente es a lo que asistimos, si bien utilizando todos los recursos que la tecnología pone a disposición de cualquier especialista en management, con power points, videos, gráficos y las tablas de un perfecto orador american style; o sea: claro, divertido, ameno, con los targets bien puestos y un argumentario esencial, eficaz y comprensible para todos los auditorios.

Y se puede volver a preguntar: "y eso, ¿es malo?" Pues en realidad, no. Claro que, como la conferencia dura una hora, para completar el metraje, nos intercalan planos de Gore recorriendo el mundo en su cruzada personal, siempre con el portátil a cuestas (¿cómo hará ahora con las nuevas restricciones de seguridad aérea, que ponen trabas en el uso de aparatos electrónicos a bordo?), trabajando incansablemente en el Amazonas, Tokio, China o Massachussets, mirando siempre con ojos trascendentes por la ventanilla del coche, la ventana del hotel, el paisaje de su rancho... oteando el porvenir, un profeta de la Nueva Era que vivió su propia revelación (¿por qué todos los políticos tienen que tener una especie de epifanía para justificar todas sus acciones de cara a la Historia?): según nos cuenta él mismo, cuando su hijo estuvo a punto de morir, abrió los ojos y vio que era el momento de hacer algo por el planeta...

En fin, ésa es la dicotomía entre la que oscilan mis sentimientos hacia este documental: por un lado, uno no puede evitar intentar recordar los datos que maneja, para soltárselos a todos los que aún dicen que es normal que ahora haya huracanes en el Hemisferio Sur, que el Kilimanjaro se esté quedando sin nieves, que sea cada vez más frecuente avistar osos polares ahogándose en medio de una gran superficie de agua que hasta hace bien poco era hielo, que ciudades africanas construidas a una altura suficiente para escapar de los mosquitos estén siendo asoladas por plagas de ellos, o que el ritmo de aparición de nuevas enfermedades se haya multiplicado por bastantes dígitos en tan sólo dos décadas...

...pero, por otro lado, siento antipatía hacia ese personalismo, que uno intuye más dirigido hacia un espectador norteamericano, con vistas a rehabilitar al político que fracasó en el momento más importante de su carrera y convertirlo en una referencia ética para sus conciudadanos. Todo eso está muy bien, pero, ¿no habría sido mejor que usara su influencia y su (indudable, no lo niego) carisma para que se realizase un documental igual o más contundente que éste, en el que él pudiese aparecer pero en el que no fuese el protagonista? El mensaje sería el mismo y, sinceramente, ganaría muchísimo en credibilidad.

En fin, vamos a dejarlo aquí. Y, ante la duda, inclinémonos por la primera perspectiva, que al fin y al cabo es lo más importante, y dejemos de lado a este Gore for President virtual, o Vean Lo Que Se Perdió El Mundo Al No Tener A Este Prohombre En El Despacho Oval. Ved el documental (si es en DVD y podéis saltaros los intercalados de hagiografía goriana, mejor) y reciclad, comprad bombillas de bajo consumo, haced lo que sea, no os importe que sea Gore el que os lo pida. E incluso, visitad esta web (en inglés, eso sí): es publicidad, pero por una buena causa, como los Mercedes y los loft que uno puede ganar estos días en El País sin cargo de conciencia. ¿Qué más se puede pedir?

UNA VERDAD INCÓMODA. An Inconvenient Truth. EE. UU., 2006. Color, 100 min. Director: Davis Guggenheim. Intérprete: Al Gore. Música: Michael Brook. Montaje: Jay Lash Cassidy, Dan Swietlik. Producción: Lawrence Bender, Scott Burns, Scott Z. Burns, Laurie Lennard. Vista en: Cine.

[+] Cinema Resencioni: An Inconvenient Truth, en They Made Me Do It
[+] Una verdad incómoda, en La Butaca
[+] Una verdad incómoda, en Ser cinéfago, según John Trent

05 November 2006

DECEPCIÓN


El nombre de Steven Zaillian está ligado a varios de los mejores momentos del cine norteamericano de los últimos años: guionista de, entre otras, Despertares, La lista de Schindler (por la que ganó el Oscar), Misión imposible, Hannibal (junto con David Mamet), Gangs of New York o La intérprete, además del próximo proyecto de Ridley Scott, American Gangster, es director de dos títulos muy interesantes (En busca de Bobby Fischer y Acción civil), con una capacidad para la narración y los matices que los distanciaba de los adocenados productos que llenan las carteleras cada temporada.

Si a esto unimos que el reparto de Todos los hombres del rey es de los que quitan el hipo, y que la película se basa en la misma novela de Robert Penn Warren que inspiró en 1949 la mítica El político, de Robert Rossen, que ganó tres Oscar, la expectación era máxima. Pues bien, vistos los resultados, lo mínimo que se puede decir es que estamos ante una película decepcionante.

Y lo es, en primer lugar, por el punto donde podrían esperarse menos fisuras: el guión. Sus dos títulos anteriores como director ya nos habían dado las pautas que configuran su estilo, la búsqueda de una narración limpia, en la que se despoja a la historia de cualquier exceso de elementos que impidan su fluidez y claridad. Así, En busca de Bobby Fischer era una reflexión sobre si es obligatorio seguir un don cuando el precio a pagar es la diferencia y la infelicidad, mientras que en Acción civil se nos detallaba, a través de la caída de un abogado triunfador que se enreda en un caso de indemnizaciones que cree que le consagrará y acaba llevando a la ruina a su bufete, los mecanismos y enjuagues que se ocultan en el funcionamiento de la maquinaria judicial estadounidense. Y, en este segundo caso, sorprendía además la claridad y asepsia de un relato que huía de recursos fáciles como su contemporánea Erin Brockovich, con un planteamiento bastante similar.

Pues bien, en Todos los hombres del rey, esa búsqueda de la esencia se confunde con un adelgazamiento tal de los engarces de la historia que, literalmente, ésta se deshace. Y de ese pecado original vienen todos los males que lastran una película en la que sus dos horas y veinte minutos acaban pesando como una losa: ante una historia deslavazada, que tiene como eje la de la arribada al puesto de gobernador de Louisiana de un populista que pronto se revela como un potencial dictador que se escuda en una pretensión manipuladora de querer devolver toda la riqueza al pueblo, y la de un ramillete de personajes que viven a su sombra, la labor de los actores acaba dando, en muchas ocasiones, palos de ciego.

Algo que afecta a Jude Law (verdadero protagonista de la película, y que hace una interpretación soberbia), pero sobre todo a Kate Winslet y Mark Ruffalo, cuyos personajes, cruciales para la trama, están muy mal explicados, al igual que el de Patricia Clarkson, de la que terminamos queriendo saber más. Anthony Hopkins y James Gandolfini cumplen, pero el verdadero problema es cuando llegamos a Sean Penn.

Aunque no sea el verdadero protagonista de la película (por más que la promoción parezca decir lo contrario), su interpretación del gobernador Willie Stark debería ser el eje central que diese sentido a toda la película. Pero aquí sobreactúa, el dibujo de su personaje está estereotipado, y resulta difícil creer en su capacidad de fascinación. Su forma de dar los discursos resulta demasiado teatral y gesticulante, probablemente con la intención de resaltar el vacío de sus promesas, pero el problema es que nos expulsa y vuelve artificial la inicial respuesta enfervorizada del pueblo. Y luego, cuando se supone que se va alejando de la gente y nos lo presentan con mucha distancia de sus oyentes, la frialdad es tan grande que ni la música de James Horner, excesivamente remarcadora, ayuda.

Y eso que hay momentos, diálogos sueltos, en los que brilla la maestría de Zaillian. Pero el resultado final es el de haber visto tan sólo escenas aisladas, sin vertebrar, en las que las motivaciones de los personajes se nos escapan. Y eso es muy grave cuando, en el fondo, se nos quiere contar una tragedia con pretensiones shakesperianas. Pero poco Shakespeare puede haber cuando lo que les sucede a los que pasan por la pantalla nos importa bien poco.

TODOS LOS HOMBRES DEL REY. All the King's Men. EE. UU., Alemania, 2006. Color, 140 min. Dirección y guión: Steven Zaillian, basado en la novela de Robert Penn Warren. Intérpretes: Sean Penn, Jude Law, Patricia Clarkson, Kate Winslet, James Gandolfini, Anthony Hopkins, Mark Ruffalo, Kathy Baker. Fotografía: Pawel Edelman. Montaje: Wayne Wahrman. Música: James Horner. Producción: Ken Lemberger, Mike Medavoy, Arnold Messer, Steven Zaillian. Vista en: Cine.

[+] Todos los hombres del rey, de Steven Zaillian, en Mi galaxia muy lejana

01 November 2006

LOS OTROS


Los críticos con el cine de terror suelen olvidar que se trata de uno de los géneros más cinematográficos que existen, además de los más ricos en interpretaciones y lecturas (por no hablar de que sus seguidores pertenecen, sin duda, al gremio más militante, entregado y enfervorizado de toda la familia cinéfila, algo que, bien aprovechado vale por toneladas de marketing y glamour, como bien saben los muy listos chicos de Sitges). Por supuesto, abundan los bodrios (¿alguien me puede decir en qué género no?), pero de vez en cuando, bajo su envoltura, nos llegan auténticas maravillas, como ocurrió recientemente con el estupendo remake de Las colinas tienen ojos.

Además, las temáticas y claves del género, que básicamente no han cambiado demasiado desde la última revolución que supuso la aparición del subgrupo de psicópatas varios, tienen el interés añadido de servir de termómetro que nos muestra cuáles son los miedos y preocupaciones latentes de cada momento. Bajo esquemas que, básicamente, se repiten una y otra vez, aparecen detalles que nos hablan muchas veces mejor de la sociedad en la que fueron creadas que otras sesudas propuestas de índole más serio. Así, no sorprende que, en los estertores del colonialismo, muchas de las primeras película de terror situasen en la brujería y el misterio africanos o asiáticos el origen de la amenaza, ni que los psicópatas tengan preferencia por las más apartadas zonas rurales de Estados Unidos, en las que aún late el fanatismo y la cerrazón que forman la parte más oscura del alma del país.

Por eso, resulta interesante ver Ellos, una película pequeña, poco ambiciosa y en general bastante eficaz (aunque demasiado estirada con un prólogo que nada añade y que es el principal obstáculo para entrar en la propuesta) porque su trama, nada original (pareja que vive una pesadilla cuando su casa recóndita es asaltada por un grupo de misteriosos individuos con intenciones más bien perversas) aunque, al parecer, basada en hechos reales, se sitúa en el que parece haberse convertido en uno de los escenarios abonados para el mal, según algunas últimas propuestas como la reciente Hostel: la Europa del Este (en este caso, más concretamente, Rumanía).

Se puede argumentar que no es nada nuevo; al fin y al cabo, el mismísimo Drácula procedía, como todos sabemos, de Transilvania. Pero intuyo que, en el caso de la película francesa que nos ocupa, algo tiene que ver la incertidumbre en la que la cómoda y occidental Europa se encuentra sumida, y de la que Francia constituye, hoy por hoy, uno de los mayores ejemplos de confusión y temor, rodeada por los otros, los extraños, seres sin rostro y con extrañas lenguas y costumbres que se agolpan contra las puertas de nuestro particular y artificial paraíso.

Porque lo que se oculta en las sombras que rodean a la casa de la pareja, un trozo de la civilizada Francia injertado en un entorno amenazante como la selva que rodeaba a los sufridos protagonistas de las sesiones dobles de nuestros abuelos, es la más pura e irracional violencia, que se ceba con una desmesura insólita en la intelectual pareja formada por una profesora de francés y su marido escritor. ¿Sería concebible trasladar esta misma historia a un lugar perdido de la campiña gala? Tengo mis serias dudas.

Para los que hayáis visto la película, puede que esta reflexión os parezca excesiva: como digo, Ellos es una obra pequeña, con buenos destellos que ya han abierto las puertas de Hollywood a sus directores, pero que en modo alguno va a añadir gran cosa al género. Pero creo firmemente que, si bien muy pocas cosas en el cine son inocentes, esa inocencia se desvanece por completo cuando, al fin y al cabo, se trata de apelar a nuestros mayores temores y angustias. Y son precisamente las obras que logran iluminar algún nuevo rincón oscuro las que, a la larga, acaban insuflando vida a un género veterano que, hoy por hoy, parece vivir una nueva época de esplendor.

ELLOS. Ils. Francia, 2006. Color, 77 min. Dirección y guión: David Moreau, Xavier Palud. Intérpretes: Olivia Bonamy, Michaël Cohen. Fotografía: Axel Cosnefroy. Montaje: Nicolas Sarkissian. Producción: Richard Grandpierre. Vista en: Cine.

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29 October 2006

INMENSO DICAPRIO


Para quienes siempre hemos creído que en Leonardo DiCaprio se ocultaba un grandísimo actor que se había equivocado demasiadas veces a la hora de elegir sus papeles, Infiltrados, la última entrega de Scorsese, es un regalo venido del cielo: por fin nos encontramos con una película en la que nadie podrá poner en tela de juicio la superlativa interpretación de quien ya fue capaz de fascinarnos cuando apenas era un niño con su papel en ¿A quién ama Gilbert Grape? Definitivamente, DiCaprio ha dejado atrás lo guapito y aniñado de su físico y ha sido capaz de componer un personaje duro, atormentado, que se crece incluso en las escenas más complejas, aquéllas en las que aguanta el plano sin una línea de diálogo, teniendo que expresar únicamente con la mirada... Ni qué decir tiene que se come con patatas a la inanidad de Matt Damon, incluso cuando no coinciden en pantalla (esa escena en la que hablan por teléfono...).

Infiltrados no es el Segundo Advenimiento de Scorsese como muchos proclaman, entre otras cosas porque el genio nunca se ha ido: aunque fallidas, Gangs of New York y El aviador contenían en su interior la suficiente ración de cine como para que calificarle de acabado fuese poco menos que una provocación. Pero sí que es, sin lugar a dudas, una gran película, en la que el genio de Toro salvaje vuelve a demostrar que es el más moderno de todos los cineastas, que respira cine por todos los poros, y que su sentido del ritmo, de la narración, de la composición del plano, sigue rayando en lo milagroso (¿qué destrozo inenarrable habrían provocado con el excelente pero complicado guión los Tony Scott y compañía?).

Cuando se multiplican por la red los comentarios decepcionados por La Dalia Negra, una semana después, afortunadamente, tenemos la confirmación de que el cine negro, contra todo pronóstico, no está muerto, sino que sigue vivo para ofrecernos la mejor radiografía de nuestra sociedad y de lo que verdaderamente están hechos los hombres. Así, el personaje de DiCaprio es obligado a abandonar su meritoria carrera para salir del cenagal de un barrio que aboca a todos los jóvenes a ingresar en la delincuencia para meterse de lleno en ella y ejercer de topo de la policía, mientras que el corrupto personaje de Damon asciende rápidamente en el escalafón sólo para informar a Frank Costello, el mafioso que controla Boston, un mefistofélico (como no podía ser de otro modo) Jack Nicholson. Nada es pues lo que parece, y cualquier atisbo de dignidad es sólo un camelo, en un juego de cajas chinas en el que uno corre el riesgo de terminar olvidando su propia identidad.

Con líneas de diálogo que tienen todo el potencial para ser recordadas durante mucho tiempo, planos y secuencias poderosos, un paternal y sublime Martin Sheen, un extrañamente solvente Alec Baldwin, y un Mark Whalberg a quien Scorsese regala un personaje chulesco que logra solventar sus limitaciones interpretativas, es una lástima que la interpretación de Damon (¡esa escena de la cena con la psicóloga y estupenda Vera Farmiga, por Dios!) y algunos excesos de Nicholson, que en un par de escenas empujan su normalmente medida interpretación hacia la peligrosa caricatura, le impidan alcanzar las alturas (grandes) de Uno de los nuestros o Casino.

Tal vez la clave resida en que Scorsese, por fin, ha podido rodar con comodidad, sin las presiones que lastraron en gran medida sus dos anteriores películas, metiéndose de lleno en hacer "sólo" un thriller (¡casi ná!); y sin embargo, ha firmado una de las películas de la temporada que, por supuesto, tampoco esta vez se traducirá en un Oscar para uno de los creadores más injustamente tratados por la Academia.

Pero nosotros te queremos, Marty, sobre todo cuando te pones canalla. ¿Qué le vamos a hacer? Nos va la marcha.

INFILTRADOS. The Departed. EE. UU., 2006. Color, 152 min. Director: Martin Scorsese. Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Matt Damon, Jack Nicholson, Martin Sheen, Mark Wahlberg, Vera Farmiga, Alec Baldwin, Vera Farmiga. Guión: William Monahan, basado en el guión de Siu Fai Mak y Felix Chong para "Wu jian dao". Fotografía: Michael Ballhaus. Música: Howard Shore. Producción: Brad Grey, Graham King, Brad Pitt, Martin Scorsese. Vista en: Cine.

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