
Parece que Sam Mendes ha firmado el contrato de su vida: si lo que dicen los papeles es cierto, la BBC le ha encargado nada más y nada menos que una nueva versión de TODAS las obras de William Shakespeare, al ritmo de tres anuales. Casi nada; obvio es decir que su señora, Kate Winslet, y amigos como Jude Law, suenan ya para los carteles de las primeras obras.
Nada que objetar; visto lo visto, al bardo de Stratford-upon-Avon le podía haber tocado algo mucho peor. Pero lo que me ha llevado a la carcajada es leer, en algunos medios, que esta medida ha sido saludada porque por fin elevará a Shakespeare a la categoría de icono pop. ¡Toma ya, eso sí que es suerte! Que ya está bien que le conozcan a uno por minucias como Macbeth, Othelo o El Rey Lear, que lo que peta de verdad es ser icono pop. De todas maneras, lamento decirle a Mendes que llega tarde. Como todos recordamos de aquella pequeña e injustamente ninguneada joya titulada El último gran héroe, Shakespeare, y más concreto la más famosa de sus criaturas, ya fueron pop a tope:
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