Le hinco el diente a la tercera (y última) temporada de Deadwood, la estupenda serie de la HBO (¿quién si no?). No deja de ser curioso que un género tan muerto (dicen) como el western siga teniendo potencial para levantar historias tan absorbentes, y en el fondo tan reveladoras de la condición humana, como las que recorren la historia del crecimiento del poblacho sin ley que da nombre para transformarse en una ciudad (más o menos) civilizada. Y quizá lo más relevante es que el verdadero “héroe” sea el cruel, inteligentísimo y carismático propietario del prostíbulo original del pueblo, Al Swearengen (glorioso Ian McShane), un tipo acostumbrado a zanjar los eventuales problemas que le produce regir los destinos del pueblo rebanando cuellos y arrojando cadáveres a los cerdos. Y sin embargo, cuando choca con los que pretenden llevar las instituciones y el comercio a Deadwood, con bonitas palabras que sólo ocultan sus pretensiones mafiosas de quedarse con todo el oro de las montañas, uno no puede evitar simpatizar con él, con su lúcida visión de que, con la civilización, no desaparece la ley de la selva: sólo se vuelve mucho más tramposa. Sólo por eso, por esa capacidad para iluminar nuestra parte menos presentable, y recordarnos que está ahí, merece la pena dejarse llevar, parafraseando el lema promocional, a ese lugar donde probar suerte...
aquells focs
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Veig llençat, o perdut, mig colgat de terra, un vell encenedor amb el logo
d’una antiga discoteca que funcionava durant la meva joventut. Aquest no
er...
Hace 1 día
1 comentario:
Rosenrod, Deadwood junto a The Wire, me parecen las epopeyas más formidables que se han creado para la televisión. Son una suerte de novelas decimonónicas donde las condición humana se revela a partir de cantidad de estratos de la misma, con cantidad de personajes gloriosos, aunque como tu apuntas, ninguno parangonable al majestuoso Al Swearengen. Un abrazo desde La Paz!!!
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