05 julio 2006

LA LEY ES UNA COSA MUY CURIOSA


En El hombre que mató a Liberty Valance, John Ford nos hizo la crónica épica del enfrentamiento final entre el Oeste de los pioneros, en el que la fuerza y el revólver eran las únicas maneras de sobrevivir, y el empuje de una civilización que pretendía instaurar el imperio de la ley en unas tierras que ya no querían ser salvajes, conceptos que tenían su encarnación en dos actores-fetiche como John Wayne y James Stewart. En el relato de los hechos según san Ford, triunfaba el segundo, sí, pero uno se quedaba con la sensación de que, si no hubiese sido por la inmolación del primero, el Oeste nunca habría sido tocado por la mano mágica del progreso. Así, el director del parche en el ojo (no confundir con el no menos grande Fritz Lang) nos vino a decir que tan agradecido había que estar a los rudos muchachos que hicieron el trabajo sucio de limpiar el territorio de indios y demás peligros e incordios, como a los sheriffs, abogados, banqueros, empresarios del ferrocarril y demás emprendedores que vinieron después.

Eso decía Ford ya cerca del final de la Época Dorada del western. Una idea, en el fondo, demasiado bonita para un francotirador como Sam Peckinpah que, en Pat Garrett y Billy the Kid, nos contó una historia bastante diferente. Y para ello, nada mejor que fijarse en el relato mítico de la captura y ejecución del más legendario forajido del Oeste a manos de quien había sido, durante muchos años, su compañero de tiroteos, robos de ganado, juergas y asesinatos por la espalda, Pat Garrett. Sólo que este último, en un momento dado, se había planteado la pregunta que toda persona madura (dicen que) debe hacerse: ¿tiene futuro esta vida? ¿No aspiro en el fondo a una casa, una esposa, un terreno y, sobre todo, un lugar en la comunidad?

A partir de ese conflicto levanta el director de Grupo salvaje una película cuya fuerza ha sido recuperada en su totalidad por el montaje definitivo, presentado el año pasado y ahora disponible en DVD, un film sin el que resulta imposible comprender los derroteros que el género ha seguido en los últimos años y que tiene en Clint Eastwood el último (y casi nos tememos que definitivo) eslabón: Sin perdón no sería más que la estación termini, a la que no habría llegado si el clarividente guardagujas Peckinpah no hubiera desviado al viejo tren de su trayectoria.

El bueno de Sam lo tenía claro: el enfrentamiento último entre Pat Garrett y Billy the Kid radica en el intento del primero por encontrar un hueco en un estado que se va organizando y en el que ya campan a sus anchas ganaderos y terratenientes especuladores que defienden sus negocios en aras del bien común (¿de qué me suena a mí eso?), y la imposibilidad del segundo de cambiar de vida, más cuando ve que ese supuesto impulso civilizatorio sólo deriva en abusos, explotación y asesinato de los paupérrimos campesinos de origen mexicano.

Lo curioso y más llamativo es que, para trazar sus retratos, Peckinpah no ahorra los rasgos más desagradables del que, en el fondo, es su héroe: Billy no tiene empacho en matar por la espalda, en hacer trampas en los duelos, en robar ni hacer cualquier cosa que le suponga una ventaja. Pero es que su perseguidor en el nombre de la ley no le va a la zaga: para conseguir detenerle, contratará a matones y ladrones de ganado que se ven rehabilitados por llevar una estrella en la pechera y golpeará a prostitutas para que le digan dónde se esconde el forajido antes de correrse una juerga con cinco de ellas (y que o bien no paga, o bien carga a los gastos de viaje acordes a su cargo, no nos queda muy claro). No es extraño, entonces, que Billy (un pletórico Kris Kristofferson) pronuncie una de las frases más lúcidas de la película cuando dice que "la Ley es una cosa muy curiosa".

Pero, como mandan los cánones del género, y aunque Pat Garrett (con los rasgos del inmenso James Coburn) logre su objetivo, no habrá nada heroico en ello. Como en el brillante prólogo nos informan, pocos años más tarde él mismo caerá asesinado de forma violenta; de nada le habrá servido soportar un matrimonio en el que no cree, haber obtenido una respetabilidad que le repele o ser un pilar de la comunidad. Como demuestra el plano final, en el que se aleja a caballo hacia el amanecer mientras un niño le tira piedras, su destino va unido al del joven Kid, y su estrella se apaga en el justo instante en el que mata a su amigo.

Hasta llegar a ese plano (en el que curiosamente Billy es el único personaje que muere sin una sola gota de sangre), Peckinpah nos ha demostrado por qué era un verdadero poeta, y por qué se merece ser reinvidicado por todos aquellos que ven en Tarantino el culmen de la violencia al servicio del arte. Y puestos a elegir una escena, quedémonos con el viejo que ayuda a Garrett, recibe un balazo casi por azar, y se acerca a sentarse a morir ante el río junto al que ha vivido, mientras el sol se pone y los acordes de Knockin' on Heaven's Door llenan la imagen de una serenidad y una melancolía insuperables. Pocas bandas sonoras como la de Dylan han sido tan ajustadas a lo que las imágenes nos muestran.

Y sí, sí, sale Bob Dylan en pantalla, es verdad, no se me ha olvidado. Pero lo cierto es que lo de cantar se le da mejor.

Postdata:
"Lo cerrado es el primer siglo del cine: estamos en el umbral de una nueva era. Todo está en trance de cambio, y a mí me causa gran inquietud: el cine fue el gran arte popular. Ahora nos acogen los museos, pero veo esto con sentimiento de pérdida. Tengo nostalgia de aquel cine popular pero inteligente." Víctor Erice (El Mundo, 5/VII/2006)

PAT GARRETT Y BILLY THE KID. Pat Garrett and Billy the Kid. EE. UU., 1973. Color, 115 min. Director: Sam Peckinpah. Intérpretes: James Coburn, Kris Kristofferson, Bob Dylan, Jason Robards, Katy Jurado. Guión: Rudy Wurlitzer. Fotografía: John Coquillon. Música: Bob Dylan. Productor: Gordon Carrollo. Vista en: DVD (Warner).

[+] Lo que pudo haber sido y no fue

6 comentarios:

Matías Cobo dijo...

Necesaria y precisa esta reinvindicación --muy en sintonía con tu posdata-- de clásicos como éste de Peckinpah. El cine de hoy se preocupa tanto por el 'marketing' y la promoción que es difícil hallar cintas con sello de autor y, al mismo tiempo, cercanas al público. Mucho del cine de hoy sólo está pensado para el consumo rápido y la producción de réditos económicos instantáneos; prueba de ello son los 'remakes', una moda creada para que la industria siga dando títulos a costa del éxito de obras anteriores. Y estoy de acuerdo, antes de Tarantino, cuyo cine bebe mucho de esta fuente y, sobre todo, de Leone, ya estaba Peckinpah recreando a seres esencialmente violentos.

Anónimo dijo...

No he visto el clásico de Peckinpah, aunque si la de John Ford; sobre esta última creo que tienes mucha razón porque es una visión idealista pero eso si de un Ford Crepuscular, apagado, sin fuerzas; puede que incluso desencantado pero aun así idealista+


Más abajo te hablé también de las colinas tienen ojos

Anónimo dijo...

se me olvidaba

un saludo que hacía mucho que no sabía de ti

Rosenrod dijo...

Matías, lo cierto es que, al leer el post de tu blog en el que reivindicabas "Los tres entierros de Melquíades Estrada", no podía dejar de pensar que, efectivamente, la sombra de Peckinpah es alargada; muy, muy alargada. De hecho, creo que, en cierta forma, fue un adelantado a su tiempo. Me imagino que sus contemporáneos recibieron con una cierta extrañeza sus dosis cargadas de violencia, sus desnudos y su falta de inhibición a la hora de mostrar lo que debía de ser la difícil vida en la Frontera. Yo confieso que he llegado tarde a su cine pero, una vez que he llegado, ha sido todo un descubrimiento. Es lo bueno del cine, que la posibilidad de descubrir cosas nuevas es prácticamente ilimitada.

Ysi, me confieso un fan de John Ford; aunque, eso sí, un fan que reconoce que tuvo películas desafortunadas y flojas. No sé si conoces un DVD en el que Martin Scorsese hace un recorrido por el cine clásico norteamericano (creo que se titula "A Journey Through Classical Movies With Martin Scorsese" o algo así); en él, hace un recorrido por los tres géneros en origen puramente norteamericanos, el western, el musical y el cien negro. Y, dentro del primero, hace un apartado para mostrarnos la evolución de Ford en su visión del Oeste, que fue paulatinamente desencantándose: de "La diligencia" a las últimas, pasando por "Centauros del desierto" (¡esas puertas!), vemos la huella de un genio. Y Peckinpah, para mí, es otro, aunque todos vienen de Ford; es de los pocos nombres verdaderamente grandes de la Historia del Cine.

Y tienes razón: demasiadas veces, las rutinas (normalmente aburridas) de la vida diaria me impiden prodigarme más. Pero descuida que, a poco que pueda, aquí me tendréis dando guerra :-)

Un abrazo a los dos.

Anónimo dijo...

Descollante western crepuscular el que nos regaló el inimitable Peckinpah. La decadencia, el desencanto, la suciedad, la épica del retiro... Reinterpretó el género para hacerlo más amargo, adulto y desmitificado. Indispensable.

Rosenrod dijo...

Hola, Max; bienvenido. Me alegra que estemos de acuerdo: si hay algún western en el que el término "crepuscular", del que tanto se ha abusado en ocasiones, tiene pleno sentido, es éste. Y eso es lo que lo hace grande.

Indispensable, sí señor.