Que el cine es un espejo que refleja cómo es la sociedad en la que se han hecho las películas es casi una perogrullada; numerosos estudios lo utilizan como una de las vías para investigar y conocer cuáles son los valores imperantes, así como la forma en que se viven las situaciones que, inevitablemente, acaban afectando a los individuos que la componen. Resulta muy revelador fijarnos en uno de ellos: la enfermedad. ¿Cómo aparece reflejada en el cine actual? Tomemos cuatro ejemplos, dos españoles, uno norteamericano y otro francés, todos del cine más o menos comercial que llega habitualmente a nuestras pantallas.
En una sociedad en la que los valores en alza son la belleza, la salud, la juventud, parecería que no queda sitio para la enfermedad, el reverso de las imágenes y los mensajes en los que vivimos inmersos, queramos o no, las veinticuatro horas del día. En una cultura del éxito y los logros como la nuestra, no encaja lo que supone la mayor derrota de estos conceptos que marcan el triunfo personal y social. Cuando la clave de la felicidad reside (o así se nos quiere transmitir) en el control absoluto sobre nuestra vida, la irrupción de algo tan devastador y fuera de nuestro control como puede ser una enfermedad (que además destruye la belleza, aja la juventud y trunca cualquier proyecto de futuro), se vuelve sencillamente inasimilable, y la mejor estrategia para enfrentarla parece ser la negación y ocultación de una realidad tan desagradable (como demuestra una visita a cualquier moderno tanatorio, en el que la acumulación de eufemismos para ocultar lo que allí se alberga llega al paroxismo cuando se leen, en cualquiera de las revistas gremiales que suele haber en ellos, anuncios de hornos crematorios alabados por su capacidad de procesamientos/hora, en una jerga que no tiene nada que envidiar a los muy asépticos términos con los que se referían los técnicos nazis a sus cámaras de gas).
Por eso, no resulta extraño que la directora más moderna de nuestro cine, Isabel Coixet, aborde la cuestión de la enfermedad, en su celebrada Mi vida sin mí, de una manera modélica según los usos y costumbres actuales: la protagonista, interpretada por Sarah Polley, recibe la noticia de que morirá próximamente de cáncer, y se pone como tarea
hacer una serie de cosas antes de morir, una excusa argumental que justifica que la cinta esté llena de momentos supuestamente emotivos y de una gran carga emocional.
El problema es que, en realidad, la película, de tanto querer hurtarnos el lado amargo de lo que narra (se nos dice que la protagonista está enferma, pero en ningún momento vemos en pantalla efecto alguno de esa enfermedad), se instala en ese terreno perfecto, ideal, en el que vive la publicidad y la llamada cultura de diseño, un mundo sin riesgos, no tan lejano en realidad a otras visiones idílicas de otros tiempos y, en el fondo, profundamente conservadora y confortable, por más que se oculte bajo un ropaje de aparente arte y ensayo. Así pues, en esta película, como en general todo el cine de la Coixet, nos enfrentamos a un cascarón vacío, elegantemente envuelto pero en el que la muerte y la enfermedad es una convención narrativa más que, en el fondo, no significan nada. Algo parecido ocurre con la visión de Alejandro Amenábar, quien en Mar adentro traza un retrato sólo un poco menos complaciente de una situación tan devastadora como la del tetrapléjico Ramón Sampedro, aquí interpretado por Javier Bardem. El discurso de Amenábar encaja como un guante en la misma línea principal de edulcorar la situación, hurtando los mayores riesgos, hasta el punto de intercalar secuencias sonrojantes y directamente ridículas como los del vuelo del personaje que abandona la cama para visitar la playa. Lo que algunos llaman metáfora, aparece más bien como la negación de lo narrado con anterioridad, pues una vez más se liman las aristas hasta convertir una situación tan extrema en algo fácilmente asumible y comercial (hasta el punto de que el cartel norteamericanao prefirió apostar por la imagen de un Bardem/Sampedro
joven y atractivo, que en la película ocupa escaso metraje). Sólo al final, cuando se reconstruye el vídeo real del suicidio del protagonista, hay una concesión a la realidad, a la dureza de la muerte, pero se trata de un recurso desenganchado del resto de la película.
Se puede argumentar que la línea entre mostrar la dureza de una enfermedad y el exhibicionismo es muy fina, y es cierto que los telefilmes lacrimógenos se cuentan por miles. Pero, ante un relato en el fondo muy parecido, Clint Eastwood demostró en Million Dollar Baby que la plasmación de la humillación y sufrimiento que supone la enfermedad, en este caso la de la tetrapléjica interpretada por Hillay Swank, no hacen más que dar sentido y coherencia a una historia, en el fondo, mucho más humana que un abordaje tibio y políticamente correcto. Si en la película de Eastwood no se nos mostrase la degradación en el estado de la ex boxeadora, nada de lo que se nos cuenta tendría sentido; sólo hacer presente el dolor humaniza a los personajes, y acaba llevando a una verdadera identificación emocional del espectador.
Pero quizá la película que de forma más honesta, sin caer en la truculencia ni el efecto fácil, ha abordado el tema de la enfermedad en los últimos años, es la producción francesa curiosamente titulada La vida, de Jean-Pierre Améris, en la que se nos narra una preciosa historia de amor entre un enfermo terminal de cáncer que ingresa en una clínica para morir y la voluntaria que le atiende. Este argumento, que sobre el papel puede sonar a fácil e inverosímil, se vuelve ante nuestros ojos en perfectamente asumible, entre otras cosas porque esa relación se mueve en todo momento en los márgenes de lo creíble por la situación, y porque no se hurtan las dudas de una mujer (adorable Sandrine Bonnaire) que atraviesa un momento sentimentalmente muy vulnerable, y que no puede evitar tener dudas sobre si debe seguir los impulsos de su corazón o evitar el daño que, sabe, será inevitable.
La vida es una rara avis porque en ella podemos ver, con una elegancia que huye de lo escatológico y que nada tiene que ver con el cómodo diseño, cómo se van manifestando los síntomas de la enfermedad. Ante nuestros ojos, el protagonista irá degradándose, en un proceso que quien lo haya vivido en un ser querido reconocerá perfectamente (a lo que ayuda el particular físico de Jacques Dutronc). Y sin embargo, esta propuesta, aparentemente más desoladora y desesperanzada, termina revelándose como la más hermosa, vitalista y reconfortante. Porque es, pura y simplemente, la más humana. Y, nos guste o no, la enfermedad y la muerte definen la humanidad tanto como la risa, el nacimiento o el amor; negarlo es negarnos a nosotros mismos y renunciar a una visión plena de lo que somos.
MAR ADENTRO. España, Francia, Italia, 2004. Color, 125 min. Director: Alejandro Amenábar. Guión: Alejandro Amenábar, Mateo Gil. Intérpretes: Javier Bardem, Belén Rueda, Lola Dueñas, Mabel Rivera, Celso Bugallo, Tamar Novas, Joan Dalmau. Fotografía: Javier Aguirrresarobe. Montaje: Alejandro Amenábar. Música: Alejandro Amenábar. Producción: Alejandro Amenábar, Fernando Bovaira. Vista en: Cine, TV.
MI VIDA SIN MÍ. España, Canadá, 2001. Color, 106 min. Dirección y guión: Isabel Coixet, basado en el libro de Nanci Kinkaid Pretending the Bed Is a Raft. Intérpretes: Sarah Polley, Amanda Plummer, Scott Speedman, Leonor Watling, Deborah Harry, Maria de Medeiros, Mark Ruffalo. Fotografía: Jean-Claude Larrieu. Montaje: Lisa Robison. Música: Alfonso Vilallonga. Producción: Esther García, Gordon McLennan, Agustín Almodóvar, Pedro Almodóvar. Vista en: Cine.
MILLION DOLLAR BABY. Million Dollar Baby. EE. UU., 2004. Color, 132 min. Director: Clint Eastwood. Guión: Paul Haggis, basado en las historias de Rope Burns, de F. X. Toole. Intérpretes: Clint Eastwood, Hillary Swank, Morgan Freeman, Jay Baruchel. Fotografía: Tom Stern. Montaje: Joel Cox. Música: Clint Eastwood. Producción: Clint Eastwood, Paul Haggis, Tom Rosenberg, Albert S. Rudy. Vista en: Cine, DVD (Warner).
LA VIDA. Ç'est la vie. España, Francia, 2001. Color, 113 min. Dirección y guión: Jean-Pierre Améris, basado en los libros La mort intime, de Caroline Bottaro, y en la novela de Marie Hennezel. Intérpretes: Jacques Dutronc, Sandrine Bonnaire, Emmanuelle Riva, Jacques Spiesser. Fotografía: Yves Vandermeeren. Montaje: Martine Giordano. Producción: Philippe Godeau. Vista en: Cine.