
Puede que sea deliberado que el director de JFK haya querido aprovechar para congraciarse con la industria después de sus últimas incursiones contestarario-izquierdistas y el fiasco artístico y económico de Alejandro pero, a tenor de los comentarios y el resultado en taquilla cosechado en Estados Unidos, parece que ni siquiera le ha servido para eso. Y es una lástima, porque el precio a pagar ha sido demasiado alto; para esto, hubiera sido mejor que la película viniese firmada por un director del montón y así, por lo menos, no tendríamos esta sensación de que nos han dado gato por liebre.
Porque, digámoslo ya: World Trade Center es fallida, lenta y aburrida, un desperdicio de celuloide que ahoga, incluso, planos sueltos y actuaciones inspiradas (como las de las dos esposas, unas sobresalientes, como siempre por otro lado, Maggie Gyllenhaal y Maria Bello). Y la sensación que termina predominando es que, en realidad, Stone ha sido desbordado por un proyecto en el que las cargas emocionales y las expectativas creadas eran muy grandes. Una responsabilidad que quizá podría ser utilizada como atenuante, pero que pierde gran parte de eficacia cuando, hace escasas semanas, hemos visto los excelentes resultados que Paul Greengrass obtuvo con United 93, una cinta no menos complicada y difícil a priori, pero que su director supo llevar a un excelente buen puerto.
Stone, sin embargo, opta por una estrategia diferente: si en el film de Greengrass la narración huye de las connotaciones para ofrecer unos hechos desnudos (o al menos, lo que permite la ficción cinematográfica), el director de Platoon cae en todas las trampas latentes en el mero enunciado de enfocar la catástrofe del 11-S cuando sus consecuencias políticas y emocionales siguen bien vivas en el pueblo norteamericano. Y así, la historia de los penúltimos supervivientes (de sólo 20) rescatados entre los escombros de las Torres Gemelas 24 horas después de su derrumbe, planteada como el símbolo de la tragedia, se vuelve inane porque, simplemente, no llega a interesar por su total ausencia de ritmo, de tensión narrativa, y porque los recursos para buscar la identificación con el espectador son, por decirlo suavemente, de brocha gorda.
Además, ver World Trade Center plantea un tema interesante, que seguramente podría dar lugar a sesudos artículos de especialistas, y es la aparente imposibilidad de reconstruir y hacer creíble una catástrofe que fue retransmitida en directo a todo el planeta: comparado con las nubes de polvo, el estruendo y el caos que vivimos todos aquellos días pegados al televisor, lo que nos ofrece la película revela de forma abrumadora su falsedad, sin que en ningún momento nos introduzca en la vorágine de aquellas horas (algo que sí consiguió, una vez más y con menos recursos, Greengrass). Claro que a ello contribuye la absoluta inexpresividad del infinitamente sobrevalorado Nicolas Cage; no dudo que los policías, al entrar en el vestíbulo, no pudieran moverse rápido por ir cargados con su equipo, pero está tan mal planificado que parecen un grupo de extras sorprendidos durante una visita a las torres. Sólo la escena del derrumbe tiene algo de credibilidad.
El problema es que, entonces, el ritmo decae ya hasta alcanzar el peligroso nivel del encefalograma plano. Las propias limitaciones del planteamiento (los dos policías estuvieron todo el tiempo atrapados, sin poder moverse ni hacer nada, sin que nadie en realidad les estuviera buscando) se ven reforzadas por una estrategia de guión que intenta compensar la inactividad de los protagonistas prestando más atención a la espera de sus familias, pero éstas se nos presentan con tantas convenciones y concesiones a los lugares más comunes de los telefilmes de sobremesa, que el interés sigue y sigue decayendo, hasta que deseamos que los rescaten, simplemente, para que se acabe la producción hollywoodiense más aburrida que nos hemos echado a la cara en los últimos años.
Claro que, cuando aparecen los tímidos atisbos de autoría, el resultado es aún peor, con la caracterización alucinada del ex marine que les salva (auténtico héroe de la película, pero símbolo a su vez del sentimiento de predestinación del ultrapatriotismo norteamericano, y que pronuncia la frase clave del mensaje de la película: "Van a hacer falta unos cuantos para vengar esto"). Y eso, por no hablar de las visiones del Jesucristo redentor, que vela por los policías atrapados, y que en un fundido bastante significativo termina confundiéndose con la figura del ex marine (¡ah, sí! Se me olvidaba decir que Stone afirma que esta escena es "irónica"... lástima que en la película no veamos nada que señale esa ironía, quizá una nota a pie de pantalla hubiese estado bien).
En suma, un naufragio total, que además abre el interrogante de cómo el mismo cineasta capaz de firmar un documental ensalzando a Fidel Castro puede despachar, pocos años después, un filme tan patriótico y plano como éste. Pero claro, eso nos llevaría a otros campos y éste es sólo un humilde blog de cine.
WORLD TRADE CENTER. World Trade Center. EE. UU., 2006. Color, 129 min. Director: Oliver Stone. Intérpretes: Nicolas Cage, Michael Peña, Maggie Gyllenhaal, Maria Bello, Stephen Dorff, Jay Hernández, Michael Shannon. Guión: Andrea Berloff. Fotografía: Seamus McGarvey. Música: Craig Armstrong. Producción: Michael Shamberg, Stacey Sher, Moritz Borman, Debra Hill. Vista en: Cine.
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