26 junio 2006

CUATRO OJOS (I)


El ojo imposible
El arte ha buscado siempre transformar la realidad, convertir lo que el hombre podía ver y sentir en otra cosa, algo más soportable y que le ayudase a vivir en un mundo donde a cada momento acechan los peligros, las preocupaciones, las enfermedades y todo lo que constituye el lado oscuro de la vida. La búsqueda de la belleza, pues, no es otra cosa que un esfuerzo supremo por escapar de nuestra propia mortalidad. Sólo quien es capaz de atesorar la trascendencia de la obra de arte puede ir más allá, ser verdaderamente otro, encontrar la oculta armonía del mundo.

Esa búsqueda ganó un aliado fundamental con el nacimiento del cine. Pocas disciplinas artísticas como él han conseguido traer tanta maravilla a nuestros ojos, reconciliarnos con lo que nos rodea. Ya su nacimiento tuvo lugar en medio del asombro y la estupefacción, como demostraban los asustados primeros espectadores que, en el Bulevar de los Capuchinos, se apartaban al ver acercarse el tren que salía de la estación en los primeros cortos de los Lumière.

Pero no fue hasta siete años después cuando el cine desarrolló gran parte de su potencial. Aún era un lenguaje balbuciente, unos años vertiginosos y asombrosos en los que un puñado de genios visionarios hacían mil pruebas explorando las posibilidades aparentemente ilimitadas que el cinematógrafo había traído consigo, un aparato que fundía en su interior las posibilidades del teatro, la pintura, la fotografía, que buscaba la mejor forma de narrar las viejas historias conocidas por los libros o los narradores callejeros. En el interior de aquellas pequeñas cajas con manivela, poco mayores que las de zapatos, se producía un verdadero milagro, una alquimia que se derramaba luego desde el proyector en forma de luz que dibujaba sombras en las sábanas blancas con tal potencial que sustituían a lo real.

Así, no es extraño que fuese precisamente un mago el que permitiese al nuevo arte dar el salto definitivo. En un primer momento, Georges Mèlies adaptó los viejos trucos de ilusionismo, pero pronto descubrió que el cinematógrafo le ofrecía nuevas posibilidades, como la desaparición, que descubrió casualmente al proyectar una película en la que desaparecía un objeto por el simple método de detener la filmación, quitarlo y seguir filmando.

En los numerosos cortos de Mèlies, auténticas joyas que aún hoy pueden disfrutarse por su encanto e ingenuidad, cobraron vida seres y personajes que hasta entonces, a lo sumo, sólo podían verse en viejas láminas: sirenas, peces gigantes, aviones, enanos, colosos... cada nueva película era un reto mayor, lo que disparó los presupuestos e hizo que, a la larga, terminara arruinándose. Pero por encima de ellos, por la enorme potencia de sus imágenes, hasta el punto de que una de ellas se ha convertido en icónica, destaca Viaje a la Luna, rodada en ¡1902! Mueve a asombro que en tan pocos años el arte del cinematógrafo hubiese avanzado a semejante velocidad.

Para el público del momento, si había una aventura maravillosa y fantasiosa por excelencia, era la de viajar a nuestro satélite. Pocas décadas antes, Julio Verne ya había hecho el primer esfuerzo por encontrar una forma aparentemente racional de desplazarse hasta él, a través de un proyectil disparado por un enorme cañón. Un cañón que, de manera premonitoria, se construía y disparaba en Estados Unidos, país al que Verne parecía otorgar, a pesar de su patriotismo francés, la vitalidad y capacidad de conseguir ese objetivo, en un momento en el que las potencias europeas disfrutaban de sus últimos tiempos como absolutos líderes imperiales.

Mèlies tomó el material y la idea original de Verne pero, como era habitual en aquella época, ni reconoció la influencia ni se ciñó expresamente a lo contado. Los científicos que se reúnen al principio de la cinta tienen más de magos de capucha y varita, con largas barbas, que de investigadores, y el proyectil es introducido en el largo cañón por una fila de señoritas vestidas de la forma más insinuante que era permisible en la época (o sea, poco).

Pero es tras el disparo cuando ocurre el momento milagroso, no sólo porque se trata de una de las primeras ocasiones en las que se rompe la rigidez del cuadro (aún no existe lo que hoy conocemos como plano cinematográfico), con ese zoom que nos acerca la Luna pintada. Un segundo después, estallan todas las lógicas: con una sola imagen, Mèlies derriba las últimas puertas que contenían a la fantasía, y marca el momento fundacional a partir del cual todo es posible:
el cohete impacta en el ojo derecho de la Luna a la que, malhumorada, vemos mascullar, molesta.

A partir de ese momento, asistiremos a más maravillas, veremos a las estrellas con rostros de mujer, a Saturno asomándose con una larga barba por encima de sus anillos; veremos llover y nevar en la Luna, conoceremos a los extraños selenitas, que desaparecen con un simple golpe de varita y recuerdan a las tribus africanas que en los tiempos del colonialismo imaginaban los europeos que leían en los periódicos historias sobre remotas expediciones. Les veremos volver, les veremos hundirse en el mar y ser rescatados... asistiremos, por fin, a la celebración última de sus hazañas, como mandan los cánones.

Pero, cuando haya terminado la proyección, aún conservaremos la imagen del ojo impactado de la Luna, la imagen que dio verdadera carta de nacimiento al nuevo arte: a partir de ahí, la realidad se convertía en una mera convención que podía ser cambiada en una sala oscura, con un proyector que parecía una caja de zapatos con objetivo.

Quedaban abiertas las puertas a la maravilla, y cada una que hemos visto desde entonces no ha sido más que la penúltima, en esta sesión continua que dura ya más de un siglo.


VIAJE A LA LUNA. Voyage dans la Lune. Francia, 1902. Muda, blanco y negro, 14 min. Director y guión: Georges Mèlies (guión inspirado en el libro de Julio Verne). Intérpretes: Victor André, Bleuette Bernon, Brunnet, Jeanne D'Alcy, Georges Mèlies. Fotografía: Michaut, Lucien Tainguy. Productor: Georges Mèlies. Vista en: DVD (Divisa)

15 comentarios:

Shiba dijo...

Maravilloso post escrito con muchísima sensibilidad. Se nota que te encanta el cine (bueno ya me había dado cuenta, evidentemente) pero además lo tratas con infinito cuidado.

Felicidades.

De los Mèlies me quedo con su impresionante iconografía... cómo olvidar esa luna con rostro humano...

Andrés Mego dijo...

Vaya Lucinda si que es tu lectora incondicional. Ya quisiera tener una así.

Buen comentario. Ya también escribí sobre esta película hace unas semanas atrás... Es toda una experiencia poder ver un film tan antiguo y tan importante para la historia del cine...

Con su capacidad única de plasmar mundo irreales, el cine representó uno de los primeros sueños del hombre: poner un pie en la luna.

Anónimo dijo...

Esa película es increíble. A mí me encanta ver todos estos trabajos pioneros y sorprenderme con las cosas que llegaban a hacer. Son tan entrañables... Y la imagen de la Luna "tuerta" es realmente icónica.

Un texto estupendo ;)

Por cierto, si a alguien le interesa, la película, que de hecho es un corto de 11 minutos y pico, se puede ver directamente aquí

Anónimo dijo...

Los cortos de Melies los disfruté casi por casualidad y digo los disfruté porque creo que esa es la palabra; para las primeras personas que veían cine tuvo que ser algo impresionante pero para nosotros también lo es; como tu dices por su "ingenuidad"

A mi me recuerda a algo que dijo una vez mi profesor sobre el "aura". Esas películas ya poseen aura, cuando las vemos su cadencia y su cartón piedra nos resulta a la vez poderosamente fascinante... de una manera diferente a como lo vieron los primeros espectadores


Nunca pensé que algo de la carrera me iba a valer para nada, pero mira

Noa dijo...

Marnie gracias por el enlace a la película. No lo había visto y es impagable.

Rosenrod, te felicito yo también porque has hecho un comentario impresionante y lleno de amor por el cine.
Me imagino a esas personas que veían cine por primera vez, qué grande! Un sueño lleno de encanto.

Un saludo!

Rosenrod dijo...

Lucinda: muchas gracias. Sí, es cierto que para mí el cine es una auténtica pasión, y me alegra que eso se note. Como me alegra haberme encontrado con gente que comparte esa pasión. ¡No hay nada como apasionarse en compañía! :)

Andrés/Derzu: me alegra compartir la admiración. Por supuesto, paso a echar un vistazo a tu texto. Y bienvenido a este blog; pásate cuando quieras.

Marnie: este negado de la informática te agradece tu apoyo logístico-informático :) Ya he comprobado que compartimos la pasión por estas pequeñas joyas de principios del cine; es más, recomiendo a quien lea este comentario que busque en tu web los cortos de animación de Winsor McCay que colgaste hace algunos posts. Son auténticas maravillas, otra explosión de creatividad, con el añadido de estar descubriendo los límites (si es que los tiene) del arte que acababa de nacer.

¡Jajajaja, Ysi! No sólo me alegra que hayas podido encontrar algo útil en la carrera, sino que, además, ese algo sea tan expresivo como el concepto de "aura". Algo muy difícil de definir, desde luego, pero que este corto de Mèlies tenía. ¡Vaya si lo tenía!

Y Noa: lo que daríamos por estar sentados entre esa gente que asistía a las primeras proyecciones, con los ojos totalmente limpios y abiertos como platos, ¿verdad? Sé que eres una admiradora del "Drácula" de Coppola: ¿le recuerdas cuando asistía a una de las primeras proyecciones en Londres? Claro que eso nos llevaría a una relación de conceptos cine-vampirismo que iría muy pero que muuuuuuuuuy lejos.

Gracias a todos.

Anónimo dijo...

Siguiendo con lo que dice Noa, nosotros tb estamos contemplando por vez primera nuestro "propio" cine; vale sé que no es lo mismo, pero también es cierto que a veces lo infravaloramos por amor a una falsa nostalgia

Anónimo dijo...

No hay de qué (por el enlace), para mí también es un placer dar a conocer estas cosas :)

Por cierto, si necesitas ayuda con algún tema del blog coméntamelo sin dudarlo, que si puedo, te echo una mano. Hace muchos años ya, tuve mi primer blog en Blogger, y no creo que el sistema haya cambiado mucho como para no reconocerlo :D

Saludos!

Rosenrod dijo...

Ysi, tienes razón. Además, de hecho, nosotros tenemos una ventaja con la que, por motivos obvios, los contemporáneos de Mèlies no contaban, y que podriamos llamar los "descubrimientos retroactivos". Al fin y al cabo, nosotros podemos ir hacia atrás y encontrar aquí y allá pequeñas joyas, sean conocidas como ésta o por descubrir. Pero a lo que me refiero yo es a la gozada que debió de ser acercarse al cine con los ojos vírgenes; lo quieras o no, nosotros ya nacemos en medio de imágenes; de hecho, dicen incluso que la literatura ya se escribe de otra forma, porque ha sido influida por el lenguaje de la imagen.

Y que conste que yo no soy (o no pretendo serlo al menos, que a veces entre lo que uno quiere y lo que de verdad consigue hay una distancia sideral)uno de esos que, por sistema, dicen que todo lo anterior, todo lo clásico, es maravilloso por sistema. Para nada: antes se hacían bodrios; ¿más que ahora? No lo sé, pero muchos, seguro.

Y Marnie, gracias por tu ofrecimiento; ¡no sabes lo que dices! Te arriesgas a que lo acepte :-) . Pero en serio, muchas gracias; espero ir personalizando poco a poco la plantilla, así que seguro que sí que recurro a ti.

Gracias a los dos.

Matías Cobo dijo...

Me sumo a las felicitaciones: un gran artículo para homenajear el origen de este bello arte por el que tanta devoción sentimos quienes, como dice Rosenrod, nos hemos sumado a la pasión por esa "sesión continua que dura ya más de un siglo". Nosotros ya nacimos con él entre nosotros, y no podemos sentir la fascinación de quienes asistieron al alumbramiento del Cine con los ojos limpios, pero sí disfrutamos igual al reconocer el Arte en una magistral película o con algunas detalles de otras que, por empatías personales a veces, nos hacen dibujar sonrisas o provocan que, con ellas, derramemos alguna lágrima.

Rosenrod dijo...

Matías, ¡tú lo has dicho! Imposible estar más de acuerdo...

Un saludo.

Anónimo dijo...

Me ha conmovido tu elegía al cine, y lo digo con todo el corazón. Te has salido. Sabes que hecho de menos, que hayan desaparecido los cines donde podías disfrutar de una sesión doble, por el mismo precio, disfrutabas de joyas de arte y de productos industriales a partes iguales. Pero, piensa una cosa, tu puedes disfrutar ahora de cosas parecidas a las que ellos sintieron en su momento, me explico, ver a esas personas andar por la luna a ellos les debió de parecer tan radical como a ti te l puede haber parecido cuando viste de pequeño la guerra de las galaxias. Perdona, no sé tu edad, pero me imagino que debes ser contemporáneo mio. El umbral de sorpresa con el tiempo disminuye, así que lo que sentías de pequeño es lo mismo que sintieron ellos en su momento. Lo que me lleva a la siguiente conclusión, siempre hay qeu tener los ojos abiertos para poder sorprenderte, con todo lo nuevo que nos queda por ver.

Rosenrod dijo...

Alfie, totalmente de acuerdo: el día que no entre en una sala de cine con la actitud de dejar que me sorprendan y me maravillen (lo de que lo consigan ya es otro cantar), mal iremos. Y has fallado por poco: la primera que vi de la saga de Lucas en cine fue "El imperio contraataca" (lo siento, pero no me acabo de hacer a lo de los capítulos): me llevó mi hermano, y hasta hice mi correspondiente colección de cromos. ¡Qué pena haberlos perdido!

Un saludo.

Anónimo dijo...

>>>el cohete impacta en el ojo izquierdo de la Luna >>

Será en el derecho...
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Rosenrod dijo...

...pues toda la razón, caballero.

Paso a cambiarlo, ¡qué fallo!

Un millón de gracias por advertirme el despiste.