Lo advierto de antemano para que no haya sorpresas: este post es un puro lugar común; pero que los lugares comunes existan no quiere decir que éstos no sean verdaderos, sólo que se repiten tanto que nos ocurre como cuando, de niños, pronunciamos miles de veces una palabra hasta que ésta parece perder totalmente su significado y se convierte en un mero sonido hueco. Pero, antes de ser sólo aire, hubo algo, y era verdadero.Ha caído en mis manos una pequeña joya, un libro titulado Marilyn íntima, y que se sitúa entre la biografía (escrita por el periodista Víctor Fernández) y el catálogo, pues recoge las piezas de la Colección Maite Mínguez Ricart, considerada como una de las más importantes dedicadas en el mundo a la actriz de Con faldas y a lo loco y que, curiosamente, se conserva en Barcelona.
Pues bien, el lugar común al que me refiero es el de la Marilyn símbolo erótico, al final casi a su pesar, con un ejército de estilistas a sueldo de los estudios que la transformaron en algo que fue más etéreo que la persona frágil que la encarnó (y aunque la colección incorpore objetos tan terrenales como el cenicero en el que la estrella colocó las pastillas la noche en que murió o la primera placa de su tumba, que por desconocidos recovecos fue quitada y extraviada hasta que aterrizó en una sala de subastas).
Y aún así, lo que más me ha captado la atención, porque en el libro es una transición abrupta, es cómo en un determinado momento una chica guapa pero como tantas otras, se transformó, de la noche de la mañana, en una diosa de mirada, actitud y formas subyugantes. El cambio es tan repentino, al pasar las páginas del libro, que es como si uno reparara por primera vez en ello.
Y aún más, me quedo con las primeras páginas, con las fotos de su infancia, con la primera instantánea que se le conoce y en la que aparece Norma Jeane de bebé en brazos de su madre sin que veamos el rostro de ésta; o aquélla en la que a los cinco años coge la mano de otro niño de mirada tímida (en contraste con la decidida de ella), y que la actriz describe en el dorso como "mi primer novio"... o la deliciosa foto de autor desconocido que acompaña estas líneas, la de una pequeña de seis años que no podía, ni remotamente, imaginar hasta qué punto podía combinarse la maravilla y el sufrimiento en esta condenada vida... aunque me temo que, visto lo que fue su infancia, ya debía empezar a hacerse una idea.