31 diciembre 2006

EXPLICAR EL MUNDO






El ansia de explicar el mundo lastra Babel, el fin de la trilogía del dolor: en la retina, quedan grabadas a fuego Adriana Barraza y Rinko Kikuchi.

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[+] Babel. Crítica y reseña, en ¿Y si esta vez te quedaras?
[+] "Babel", de Alejandro González Iñárritu, en Mi galaxia lejana

[+] Babel, en Pelisbilbao
[+] Babel: cuando estás incomunicado en tu propio mundo, en Somewhere Only We Know...
[+] Babel. La torre que comenzó a construirse por el tejado, en Arcadia
[+] Babel, por Mikel Zorrilla, en Elpaísliterario.com
[+] Daños colaterales, en El séptimo cielo
[+] Grandes ironías, en Videodromo
[+] Ahora en cines: "Babel", en Ser cinéfago, según John Trent

P. S. Feliz, feliz año para todos. Que lo mejor que os haya pasado en el 2006 se repita y cuadruplique en este 2007. Y en cuanto a lo malo... ¡¡¡que se vaya a hacer gárgaras, hombre!!!

EL UNIVERSO GOMAESPUMA





Ni P. Tintos ni Mortadelos: el universo Gomaespuma ha alcanzado su máxima expresión en Cándida.

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28 diciembre 2006

EL ESCRITOR INFALIBLE


No es raro ver a escritores entre los jurados de los festivales de cine. De hecho, ya nadie se extraña cuando lee la relación de nombres que se encargarán de conceder los galardones de un certamen; ni siquiera, cuando el literato elegido confiesa no ver habitualmente películas, y que lo único que conoce de lo que se hace últimamente es lo que se programa en televisión (y que, como cualquier aficionado al séptimo arte sabe, no es precisamente la mejor manera de acercarse a lo más interesante de la producción cinematográfica mundial).

Una declaración como ésta la hizo el premio Nobel José Saramago, integrante del jurado del último Festival de Cine de San Sebastián, y no pasó nada. Bien es verdad que tampoco fue demasiado original; por poner sólo un ejemplo, Juan Carlos Onetti, como reconoció su viuda en un acto público, ejerció de jurado sin gustarle ir al cine (bueno, en realidad, como todo el mundo sabe, no le gustaba salir de casa para ir a ningún sitio).

Es algo que me llama mucho la atención: ¿por qué los escritores, por el mero hecho de serlo, parecen tener barra libre para opinar del resto de las artes? Y no sólo sucede con el cine: intervienen en ciclos de conferencias sobre pintura, sobre música, en cualquier tertulia televisiva, en la que basta que en el rótulo aparezca “escritor” para que tenga bula para opinar sobre cualquier tema (aunque existe la fórmula mixta “escritor y periodista”, de similar, aunque un poco menos glamurosa, eficacia).

Pero, limitándonos al cine, que es lo que nos ocupa en este blog: ¿de dónde viene ese prestigio, esa superioridad de la letra escrita frente a la imagen? ¿Qué pensaríamos si en el jurado que discute cualquier premio literario importante apareciesen cineastas sin una carrera literaria de importancia? (ha habido algunos ejemplos, como el premio Alfaguara, en el que han participado como jurados directores como Agustín Díaz Yanes o Isabel Coixet). Porque, si de lo que se trata es de ofrecer una visión aperturista de las artes, una que no busque compartimentar, ¿por qué no lo hacemos con todas? ¿Por qué los jurados de los festivales de cine no se llenan de pintores, de músicos, de escultores, de diseñadores de moda, de galeristas o directores de orquesta? (y lo mismo cabe decir del resto de comités que imparten prestigio y reconocimiento).

No: no se entendería que Cannes o Venecia hiciesen algo así, pero en cuanto se trata de escritores, se les abre las puertas de cualquier jurado. Y que conste que no me refiero a los que han mantenido y mantienen alguna relación con el cine, como pueda ser un Paul Auster. Lo importante a la hora de ejercer como jurado tendría que ser el demostrar una capacidad para valorar el arte cinematográfico, un arte con sus propias reglas, sus códigos particulares… Y eso no lo da la literatura, no: lo da el cine, en cualquiera de sus vertientes, como espectador, como director, como crítico… como sea. Independientemente de que, además, uno pueda dedicarse a escribir, a fotografiar, a pintar, a componer…

La letra escrita tiene su sitio, uno muy importante. Pero no reina sobre los demás: afortunadamente, somos seres complejos, y nuestra búsqueda de la belleza conoce muchos caminos. Y el que domine uno de ellos no se hace, automáticamente, experto en el resto. Aunque haya recogido un premio de manos del mismísimo rey de Suecia.

25 diciembre 2006

UNA HISTORIA DESOLADORA






Requiem, más que la historia de un exorcismo, es el devastador retrato de la mayor de las soledades: la de la enfermedad mental.

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OTRO CON SORPRESA






Mentes en blanco: otro thriller con sorpresa final.

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22 diciembre 2006

LA VIDA Y LA MUERTE


Es el talón de Aquiles de una obra imponente, con vocación de clásico. Una escena ante la que incluso los más ardientes defensores de Munich (entre ellos el amigo Rob, que acaba de distinguirla como la mejor de este año que se acaba en su blog) muestran sus reservas.

Seguro que todos los que han visto la película saben a qué escena me refiero: la de Nueva York, cuando Avner, el protagonista soberbiamente interpretado por Eric Bana, hace el amor con su mujer, prácticamente alucinado, mientras el montaje nos va mostrando la secuencia completa de la matanza de los atletas israelíes (una matanza que, obvio es decirlo, él no ha presenciado).

Ríos de tinta han corrido sobre esta secuencia, que en general ha sido colocada en el debe de la película, en un apartado especial que podríamos definir como spielberadas: o sea, una muestra más de ese punto entre sentimentalista, facilón y excesivo que suele apuntar en sus películas (y que en algunas, más que un punto, se convierte en todo un borrón que hunde el film). En todo caso, la escena ha sido atacada por no cuadrar con el tono de una propuesta que encara el conflicto palestino-israelí con una sorprendente madurez en un cineasta que se había caracterizado, hasta ese momento, por una militancia a muerte y acrítica en favor del Gobierno israelí.

Por eso, Munich, sin abandonar su opción ideológica, introducía nuevos elementos que enriquecían el acercamiento a un tema tan doloroso y en carne viva. En gran parte gracias al extraordinario guión de Tony Kushner y Eric Roth, en el que cualquier maniqueísmo fácil queda reventado y en el que los dos bandos enfrentados tienen rostro, anhelos, hijos y se enredan en una violencia que se retroalimenta y en la que al final resulta imposible recordar por qué se mata y se muere. Y, entre el puñado de momentos que quedan grabados a fuego en la memoria, el plano de la muerte de la asesina fría y despiadada, que Spielberg, en una arriesgada y sobrecogedora pirueta, acaba convirtiendo en objeto de piedad.

Gran parte de la fuerza de la película reside en la coherencia que la recorre. Y esa coherencia, a pesar de lo que muchos dicen, envuelve también la escena que nos ocupa. Varios momentos en la película hablan del ansia por tener una tierra, una casa, una familia... símbolos todos de una entidad mayor, un pueblo, un país... algo que, al final del metraje, no queda claro si no es una simple abstracción presta a ser manipulada por los burócratas de turno (Avner sólo logra formar una familia cuando se aleja de su tierra, cuando se enfrenta a su Gobierno... cuando logra tomar las riendas de su vida y alejarse de la asfixia de tener que supeditarse a un fin superior que cada vez ve menos claro).

Y, en defensa de esa necesidad básica, que involucra a todos (como vemos en la conversación con el terrorista palestino, el otro, el enemigo con un rostro joven, humano, en la que le pregunta por qué morir por un secarral), late un impulso aún más potente, más íntimo: el de la vida, la supervivencia. Si a lo largo del metraje hemos visto la paradoja de que ese ideal sólo trae muerte y dolor sin sentido, Spielberg muestra, en la escena del apartamento de Nueva York, a una pareja entregada al sexo, la representación más potente de la vida, la más contundente prueba de estar vivos por su capacidad para engendrar vida.

Es un acto sexual exento de sensualidad, más rayano en lo alucinatorio, casi en lo místico, en el que ella llega a taparle los ojos con las manos, como si no quisiera que él viese las escenas de muerte... dos escenas, sin embargo, que, de una manera extraña, quedan conectadas, como si fuesen las dos caras de una misma realidad y compartieran un mismo origen, capaz de lo mejor y lo peor, de engendrar vida y de segarla.

Sólo un maestro como Spielberg podía atreverse con una metáfora tan arriesgada y cargada de significado, plenamente coherente con el discurso de la película. Un planteamiento que podrá ser discutido ideológicamente (es una película de tesis que busca precisamente eso, abrir el debate) pero que, cinematográficamente, es de una contundencia artística intachable, y desde luego muy rara en el cine comercial hollywoodiense.

P. S.
Sí, ya sé que este tema no es nada navideño. Pero esta posdata sí: pasad buena noche. Nos leemos a la vuelta, cuando hayamos hecho la digestión :) Un abrazo.

MUNICH. Munich. EE. UU., 2005. Color, 164 min. Director: Steven Spielberg. Guión: Tony Kushner, Eric Roth. Intérpretes: Eric Bana, Daniel Craig, Ciarán Hinds, Mathieu Kassovitz, Geoffrey Rush, Michael Lonsdale, Valeria Bruni Tedeschi, Mathieu Amalric, Marie-Josée Croze, Lynn Cohen. Fotografía: Janusz Kaminski. Montaje: Michael Kahn. Música: John Williams. Producción: Kathleen Kennedy, Barry Mendel, Steven Spielberg, Colin Wilson. Vista en: Cine y DVD (Warner)

19 diciembre 2006

SAPHIRA... Y POCO MÁS





Que hayan intentado hacernos pasar Eragon como un remedo de El señor de los anillos clama al cielo... Lo único que se salva de este telefilme hinchado es la dragona Saphira, Jeremy Irons... y poco más (¡pero poco, poco!)

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[+] Los peajes de la industria, en Silencio, se rueda

[+] Eragon, por Mikel Zorrilla, en Elpaisliterario.com
[+] Cinema recensioni: Eragon, en They Made Me Do It


16 diciembre 2006

LOS ORÍGENES DEL DESASTRE




Con escasos medios, el director chileno Miguel Littin nos cuenta en La última luna la historia de su abuelo en la Palestina que pasa del Imperio otomano al protectorado británico, y donde aparece la semilla del desastre posterior.

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13 diciembre 2006

BABE FOREVER!





La espectacularidad de Happy Feet llega a límites insospechados. Y sin embargo, de George Miller, uno de los padres del inolvidable Babe, el cerdito valiente, cabía esperar algo con más alma.

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[+] Crítica: "Happy Feet: Rompiendo el hielo" (DVD), en Cineahora

08 diciembre 2006

TAMBIÉN LOS PEORES QUIEREN SER NIÑOS


Si para muchos Grupo salvaje es la obra mayor de Sam Peckinpah es entre, otras cosas, porque en ella queda fijada, como en ninguna, su concepción de la violencia, que en sus películas aparecía reflejada con una contundencia para la que muchos, en aquellos años, no estaban preparados.

Se le suele incluir en la lista de directores que contribuyeron a desmitificar uno de los escasos géneros verdadera y originalmente cinematográficos; la paradoja es que, mientras iba echando paletadas sobre el western, muchos de aquellos montones de tierra llamados a finiquitarlo guardaban en su interior auténticas maravillas. En cierto modo, puede decirse que asistimos a un entierro que dura ya varias décadas y en el que, esporádicamente, aparecen nuevos oficiantes que no terminan de convertirlo en pasado.

Sin embargo, el mismo año que Sergio Leone dinamitaba la imagen de buen americano de Henry Fonda convirtiéndole en un asesino capaz de matar a un niño en Hasta que llegó su hora, Peckinpah iba más allá y, en los pliegues de su crepuscular relato sobre los últimos días de una banda de forajidos, arrojaba una mirada aún más escéptica y venía a decir que no hay solución para la violencia, porque ésta es innata y forma parte de la misma naturaleza humana.

Y para demostrarlo, nada mejor que tomar como ejemplo a los niños. No es casual que en los créditos de apertura cobren el mismo relieve la banda capitaneada por Pike (William Holden) mientras entra en un pueblo para robar el dinero del ferrocarril, y un grupo de críos que ríen divertidos mientras arrojan a dos escorpiones a un montón de hormigas para que se los coman mientras ellos se retuercen, en un adelanto simbólico de lo que ocurrirá al final de la película (estas escenas de crueldad animal de Peckinpah, como la del tiro al blanco sobre las gallinas semienterradas de Pat Garrett y Billy The Kid, serían, hoy en día, prácticamente imposibles de rodar).

Pero no será éste el único momento en el que los niños ejerzan ese papel: al final de la primera carnicería, un grupo de chiquillos irrumpirá en la calle sembrada de cadáveres mientras ríen y juegan gritando "¡bang, bang!"; los soldados que morirán de forma estúpida en el tiroteo del puente apenas son poco más que adolescentes, el mismo Pike recibirá el último tiro a manos de un niño armado hasta los dientes... Como dice un anciano mexicano en un momento del film: "A todos nos gustaría volver a ser niños, incluso a los peores. Y éstos, quizá más que nadie".

Unos niños que simbolizan, en el ideario de Peckinpah, el nuevo mundo que irrumpe y que borrará al viejo Oeste sin civilizar, un entorno salvaje, cruel, pero con una ética (muy particular, pero ética al fin) cantada por los maestros encabezados por John Ford. Un mundo que ya no existe, por lo que a los héroes peckinpahianos sólo les queda morir y desaparecer. En su lugar crecerán los cachorros despiadados que traerán los coches que desplazarán a los caballos, las ametralladoras que aniquilarán indiscriminadamente (en todas las secuencias en las que aparece, veremos cómo bajo sus balas cae la gente sin distinción, incluso los del mismo bando), o los políticos y militares que llamarán a guerras y revoluciones sólo para satisfacer su personal ansia de poder, y en las que el amigo de la mañana puede ser el enemigo de la tarde.

Ése es el mundo cuyo origen retrata Peckinpah, y de eso es de lo que nos habla Grupo salvaje: de cómo empezamos a ser como somos. Y, casi cuarenta años después, sus imágenes, y su demoledor final, nos siguen interpelando.

GRUPO SALVAJE. The Wild Bunch. EE. UU., 1969. Color, 134/145 (versión Director's Cut de 1995) min. Director: Sam Peckinpah. Guión: Walon Green, Roy N. Sickner, Sam Peckinpah. Intérpretes: William Holden, Ernest Borgnine, Robert Ryan, Edmond O'Brien, Warren Oates, Jaime Sánchez, Ben Johnson, Emilio Fernández. Fotografía: Lucien Ballard. Montaje: Lou Lombardo. Música: Jerry Fielding. Producción: Phil Feldman. Vista en: DVD (Warner).

[+] La ley es una cosa muy curiosa
[+] Lo que pudo haber sido y no fue

04 diciembre 2006

LA PEDANTERÍA NO ES POESÍA




Fracaso sonado: El camino de los ingleses es un despropósito desde el primer fotograma. Un auténtico delirio, inexplicable en un Banderas director que había arrancado inmejorablemente con Locos en Alabama.

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[+] Desequilibrada y osada apuesta, en Silencio, se rueda
[+] Excesos poéticos, en Cineahora

"PAPÁ, RECUÉRDAME QUE SUEÑE ESTA NOCHE CON LA PELÍCULA"


Perdemos la plastilina, pero al menos nos queda el humor bien británico y malévolo de la Aardman: Ratónpolis es un soplo de aire fresco en un año en el que la abundancia de películas animadas no es proporcional a su calidad.

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[+] Crítica: "Ratónpolis", en Cineahora
[+] "Ratónpolis", de David Bowers y Sam Fell, en Mi galaxia lejana

01 diciembre 2006

CUANDO LO QUE TE HICIERON ESTÁ SIEMPRE ANTE TI





Grbavica es el relato de los sufrimientos de uno de los colectivos más castigados por las consecuencias de una guerra: las mujeres. Realismo sin concesiones, pero ¿suficiente para merecer el Oso de Oro que ganó en Berlín?

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