29 agosto 2007

¡PEDAZO DE AGOSTO!



Pues sí, ¡aquí estamos de nuevo! De vacaciones se está bien, pero la verdad es que echaba de menos el actualizar esto. Sobre todo, porque ¡menudo agosto de cine que nos estamos marcando! Desde luego, nada que ver con el año pasado, en el que la cartelera sólo se animó al final. En cambio, rara ha sido la semana de este verano del 2007 que no nos ha deparado, al menos, un título que mereciera la pena, por una razón u otra. Y, sobre todo, dos películas que tienen todas las papeletas para figurar entre lo mejor del año cuando a eso del 31 de diciembre pasemos revista: Ratatouille y El ultimatum de Bourne. Con la primera, recuperamos la fe perdida en Pixar; con la segunda, se confirma lo que parecía increíble: la trilogía del agente amnésico ha ido de menos a más, hasta rozar la perfección en su tercera entrega. Y, afortunadamente, tampoco nos faltó el cachondeo, con el cine gore-gamberro de Robert Rodríguez en Planet Terror y de Jonathan King en su particular parodia-homenaje de las cintas de terror Ovejas asesinas (y, por cierto, lo único verdaderamente memorable de la doble sesión montada por los de Manga). Y atentos, que todavía no hemos terminado el mes...

[+] Mi crítica de El ultimatum de Bourne en LaButaca.net
[+] Mi crítica de Ovejas asesinas en LaButaca.net
[+] Mi crítica de Dos días en París en LaButaca.net
[+] Mi crítica de Un buen día lo tiene cualquiera en LaButaca.net

[+] El juego del ratón y el gato, en Silencio, se rueda
[+] "2 días en París" (2007), en [cuarto acolchado]
[+] Algunos apuntes sobre "Ratatouille", en Porque sueño yo no estoy loca, no lo estoy

[+] Ráfagas de una pequeña joya: 'Ratatouille (ra ta tui)', en Tras las puertas

05 agosto 2007

DIOSES EN LA PLAYA, MONSTRUOS EN EL SPA



La situación ha llegado a límites difícilmente soportables: la mayor parte de los bares de mi barrio han cerrado hasta septiembre. Una situación extrema que exige soluciones rápidas y contundentes, así que servidor de ustedes ha optado por una de ellas: este blog se va de vacaciones, y no vuelve hasta el 29 de agosto. Gracias a los que os pasáis habitual u ocasionalmente por aquí, pero tened por seguro que es sólo una despedida temporal. Afortunadamente, agosto viene cargado de a priori buen cine: veremos si las expectativas se cumplen. A la vuelta seguiremos hablando de películas, de actores, de todas esas cosas que nos apasionan y que nos hacen más llevadera esa cosa que es la vida diaria. Y como siempre, estaré encantado de recibiros en mi casa. Que, como sabéis, es la vuestra.

02 agosto 2007

¿ES QUE NO HAY ESPERANZA?


Por edad, sólo he tenido una ocasión de ver una película de estreno de Ingmar Bergman en el cine. Fue Saraband, y fue hace dos años. Hasta entonces, su obra había sido carne de ciclos en la Filmoteca y en el colegio mayor, de películas emitidas en televisión a horas intempestivas (cuando aún podían verse esas cosas en la caja tonta) y, más tarde, de DVDs. Recuerdo la sensación especial al sentarme en la sala de los Verdi, algo extraño como si, a través de un agujero espacio-temporal, uno de esos mitos que uno tiene ya perfectamente ubicados en el pasado se hubiese despegado para incrustarse en nuestro presente, en color y perfecto formato digital (curiosamente, el maestro había decidido, en las últimas décadas, negarse a filmar para el celuloide; no deja de ser llamativo que, en una época en la que abundan las proclamas apocalípticas sobre el hundimiento de la televisión, fuera Bergman uno de los mayores defensores de la pequeña pantalla).

Y es cierto que,
desde el primer momento, uno sabía que se sumergía en un universo reconocible, que regresaba desde aquellas sesiones de cinéfilo despistado para recibir una nueva e inesperada dosis de Cine: imposible no quedarse subyugado cuando Marianne, el personaje de Liv Ullman, contempla el despertar de su ex marido Johan (Erland Josephson); y del mismo modo, la forma en cómo se va desarrollando la película, como pasos de baile de la zarabanda que le da título, rodando de una manera pseudo teatral a los personajes prácticamente de dos en dos a lo largo de diez capítulos, te va desplegando las tensas relaciones entre Johan y Marianne, que ha venido a verle después de muchos años, y entre el hijo de éste, Henrik, y su hija Karin, un microcosmos en el que pronto las relaciones de amor y cariño se tornan pulsos de poder en los que siempre alguien subyuga al otro, y en los que los lazos de la sangre terminan no siendo otra cosa que títulos de propiedad sobre los que te rodean.

Y lo más desconocertante fue comprobar cómo, al final del camino, cualquier atisbo de redención, de fe, de esperanza en algo divino que nos libere del sufrimiento que la vida y nosotros mismos nos infligimos, había desaparecido. Si Saraband refleja los pensamientos que poblaban
la mente de Bergman cuando este lunes murió en su refugio de Faro, entonces el descreimiento, la falta de asideros, es total. Y si una imagen lo refleja con más contundencia es la de los cuerpos, desnudos, ajados, ancianos, de Ullman y Josephson, el símbolo de que ni el arte ni la fe ni la belleza lograrán salvarnos.

Era una película desoladora pero, a la vez, tremendamente bella. Y Bergman demostró, en su canto del cisne, porqué fue uno de los grandes: porque supo poner en imágenes el miedo y las preguntas que nos acechan; y eso, paradójicamente, nos hace sentirnos menos solos. Y ni siquiera nos importa que eso sea un falso consuelo.







Saraband
Suecia, 2003 107 min.

Escrita y dirigida por Ingmar Bergman
Interpretada por Liv Ullman, Erland Josephson, Börje Ahlstedt, Julia Duvfenius, Gunnel Fred
Montaje de Sylvia Ingemarsson
Fotografía de Raymond Wemmenlöv, Per-Olof Lantto, Sofi Stridh, Jesper Holström, Stefan Eriksson
Producida por Pia Ehrnvall