28 septiembre 2008

MINUTOS MUSICALES (V)


LA RESURRECCIÓN DE DANNY ELFMAN

Los que hemos sido fans de Danny Elfman desde que le descubrimos en aquella inolvidable BSO que firmó para Eduardo Manostijeras, llevábamos demasiado tiempo lamentando que estuviera desaparecido, que sus últimas entregas para el cine no hicieran más que repetir una y otra vez las constantes de unas melodías que ya no sorprendían. Por eso no p
udimos evitar dar un salto en la butaca cuando descubrimos su estupendo trabajo para la adrenalítica Wanted, de Timur Bekmambetov. Como siempre, es posible reconocer detalles que remiten a scores anteriores, pero el conjunto tiene una frescura y una fuerza inusuales, como si fuese un recién llegado que quisiera descubrir su poderío. Y en este tema lo hace, ¡vaya que sí!, con un variado abanico que comienza con una melodía de aires del Este y termina recurriendo a la electrónica y el guitarreo eléctrico. Una auténtica descarga para, por ejemplo, empezar bien el día.

Danny Elfman, Success Montage, de la BSO de Wanted (2008)
(3' 31")



CÓMO MUERE LA INOCENCIA

No suele estar entre las que se citan en primer lugar y, sin embargo, para mí El imperio del sol es la gran obra de Steven Spielberg, una cinta en la que consiguió una profundidad y una capacidad poética que nunca ha vuelto a brillar con tanta altura. En esta película perfecta, que descubrió a un joven llamado Christian Bale, se nos relataba la
muerte de la inocencia de un niño, desde sus sueños como hijo de unos adinerados ingleses en el Shanghai de los días anteriores a la invasión japonesa en la Segunda Guerra Mundial, a su conversión en un adulto sobrevenido y sin fe tras pasar por un campo de concentración lejos de sus padres. Una conmovedora historia basada en la novela, con mucho de autobiográfico, del inmenso J. G. Ballard, que tiene en la portentosa BSO de John Williams uno de sus principales apoyos. Lejos de la agilidad y la frescura de sus sagas galácticas, Williams compuso una auténtica obra magna, infinitamente sugerente y ambiciosa, de la que ha quedado para la posteridad su tema de apertura. Sin embargo, yo prefiero éste, quizá porque me parece más cercano a lo que verdaderamente es la cinta, con ese arranque pesado y algo espeso que termina abriéndose esplendoroso para dejar, sin embargo, un poso de cierta e indefinible tristeza.

John Williams, No Road Home-Seeing the Bomb, de la BSO de El imperio del sol (1987) (6' 12")



EL TRIUNFO DE ZIMMER

¡Quién nos lo iba a decir a los que habitualmente adoramos la capacidad de adaptación y el poder creativo de James Newton Howard y, por el contrario, abominamos de las recetas simplistas de Hans Zimmer, que del encuentro entre los dos sería este último el vencedor! Pero sí, no queda más remedio que reconocer que en la BSO de El caballero oscuro, la película del año de Christopher Nolan, el aparato rítmico se come con patatitas al melódico, salvo algún momento suelto en el que volvemos a reencontrarnos con algo que recuerda la inspiración de quien nos regalara aquella maravilla que era el score de El bosque. Pero es en temas como éstos por los que recordamos que Hans Zimmer, si de verdad hubiese querido, sería tan grande artísticamente como lo es llenando su cuenta corriente. ¡Quién sabe! Quizá le coja gusto y ya no lo deje...

Hans Zimmer y James Newton Howard, Introduce a Little Anarchy, de la BSO de El caballero oscuro (2008) (3' 48")


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Y hablando de cine...





Es una sensación curiosa la de acercarnos a un realizador al que creemos conocer, que ha abandonado las coordenadas habituales en las que sitúa sus historias y que ha terminado convirtiendo en iconos... Leer más









Existe una cierta tendencia en los nuevos realizadores a mostrar todas las cartas de una vez, como si tuvieran que deslumbrar demostrando todo de lo que son capaces. Imagino que las causas... Leer más






21 septiembre 2008

ME CASÉ CON UN ROBOT, PERO ESTOY BIEN


«Dentro de unas décadas, los robots podrán ser más inteligentes, más hermosos, más nobles que los seres humanos. ¿De verdad cree usted que no acabaremos enamorándonos de ellos? No tengo duda de que acabará habiendo matrimonios con robots.» Una frase sorprendente, que uno enseguida relacionaría con algún visionario del tres al cuarto, pero que da la casualidad de que quien la dice es David Levy, uno de los mayores expertos en inteligencia artificial del mundo, doctor por la Universidad de Maastricht (Holanda), genio del ajedrez, presidente de la Comisión Internacional de Juegos de Ordenador, y que superaría sin problemas un casting para hacer de un personaje arquetípico parecido al suyo en cualquier película. Vamos, que hay algo en él de científico loco.

Y sin embargo, en lo que dice en la entrevista que concedió a Eduardo Suárez para el periódico El Mundo con motivo de la aparición de su libro Amor + sexo con robots, recientemente publicado en España por Paidós, hay algo especialmente inquietante, quizá porque oculta una fría lógica que, por mucho que se lleve a extremos que parecen rayar en lo imposible, no deja de reconocer en la sociedad actual carencias y problemas a los que la robótica puede encontrar fácil solución. Al fin y al cabo, si hay gente capaz de gastarse muchísimo dinero en comprarse esas perfectas y esculturales réplicas frías y sin vida que llamamos «muñecas hinchables» (que se lo digan al bueno de Lars, ahí arriba con su chica de verdad), ¿qué impedirá que, cuando la tecnología lo permita, dentro de unas cuantas décadas, las personas inviertan su dinero en tener el acompañante perfecto?

Da que pensar, y mucho; porque las derivaciones de esa idea son mareantes. Levy apenas esboza algunas, y ya nos deja intranquilos: los principales destinatarios serán «aquéllos que no tienen nadie a quien amar y nadie que les ame. Gente solitaria y miserable. Personas que no encuentran a nadie porque son tímidos, gordos, odiosos. Su vida puede cambiar de la mano de los robots.» Pero es que va más allá: ¿por qué no diseñar robots en forma de niño para que los pederastas puedan desfogarse sin dañar a ningún humano? O construir otros a los que les guste que les violen...

Y si inquie
ta es, sobre todo, porque parte de una predicción: que, hacia el 2040, podrán construirse robots indistinguibles de los seres humanos, guiados por ordenadores que ya habrán alcanzado la potencia de procesamiento del cerebro humano. Y cuyos propietarios aceptarán incluso sabiendo que el amor que aquéllos sentirán por ellos no serán más que una programación: en el fondo, es el mismo mecanismo por el que alguien paga un servicio de prostitución. Sabes que es mentira, pero si la mentira es elaborada acabas aceptándola como si fuera una verdad. ¿Qué decir de ello?

Claro que, como me decía una amiga al comentar este tema, quizá ahí don David se equivoque: si un cerebro artificial llega a alcanzar la potencia de uno humano, ¿quién puede afirmar que no surja algo parecido a la conciencia?: «Hay muchos científicos que ya dicen que los robots tendrán consciencia artificial. Esto no quiere decir que tengan capacidad de elegir ni libre albedrío pero tendrán sentimientos o al menos mostrarán de un modo verosímil sentimientos humanos como el miedo, el amor, la angustia... Y entonces, cuando crucen esa línea, la gente empezará a preguntarse cómo tratarlos.» ¿Y no es eso algo similar a nuestra conciencia, a nuestro sentimiento de que somos algo más que cosas? Mucho más cuando llega a afirmar que, en cierta manera, los robots podrían llegar a ser padres: «Yo pienso por ejemplo en una persona que tiene un robot al que le gusta su voz y su personalidad [las de su dueño]. Ese robot va a una fábrica y crea una criatura igual que tú. Ese nuevo robot será una especie de hijo para los dos. No veo ninguna razón para que esto no pase.» Aunque, aclara, para los viejos y nostálgicos amantes de la imperfección, también habrá solución, con el diseño de robots que discutan con nosotros, por ejemplo, una vez por semana. No nos vayamos a malacostumbrar con tanta felicidad...



Dice David Levy: «Lo que usted ve es un robot japonés. Es una réplica exacta de una periodista de la televisión nipona. Sus creadores reconocen que la perfección de la réplica es relativa y cifran en 10 segundos el tiempo que una persona tarda en darse cuenta de que no es una persona sino un robot. Pues bien, los mismos expertos dicen que dentro de unos años ese tiempo de reacción habrá crecido hasta los 10 minutos. Y poco a poco, cada vez más hasta que las diferencias sean imperceptibles». Una opinión difícil de rebatir viendo a este otro robot recepcionista.


Y hablando de cine...




El Che es uno de esos personajes históricos que hace tiempo que han abandonado, en el imaginario colectivo, la condición de persona mortal para convertirse en algo más, en un símbolo adorado por unos, denostado por otros. Es, en sí mismo...
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14 septiembre 2008

AIMEE MANN, LÍBRANOS DE TODO MAL


Todos necesitamos un refugio, algo que nos ofrezca un momento de calma cuando pensamos que lo que nos rodea se tambalea. Yo, a veces, los encuentro en los lugares más insospechados. Recuerdo que una vez, sin ir más lejos, ver “Lilo & Stitch” (la primera, claro, no las continuaciones ni la horrorosa serie de televisión) me salvó de una situación en la que me encontraba por los suelos, con un tremendo desaliento... Nunca olvidaré que, de repente, me sentí identificado con ese extraterrestre y esa niña desubicados. Quizá porque, en el fondo, cuando te fallan las expectativas, cuando algo que creías tener se escapa, o cuando la ilusión se disipa como el gas de un globo y piensas que ya sólo te queda pasar el tiempo sin volver a sentirte vivo nunca más, es cuando el más pequeño asidero se convierte en el objeto más valioso.

He visto a gente muy cercana, gente a la que quiero, sufrir un machaque constante, una oleada de circunstancias de las que en algunos casos son responsables, y en otros, meras víctimas sobrevenidas de la estupidez, la maldad o el azar cortante como un cuchillo. Y yo, que he pasado por momentos malos pero nunca hasta el punto de sentir cómo se resquebraja el suelo bajo mis pies, me he tenido que limitar, más veces de las que he deseado, a sentir cómo repercutían en mí algunos de los golpes que ellos recibían. Porque si ver sufrir a quien quieres duele, más aún cuando tus esfuerzos por contribuir a que la cosa mejore se estrellan una y otra vez contra el muro de la impotencia. A veces, sólo te queda verles irse, y en realidad de nada sirve pensar en injusticias o mala suerte. En el fondo, son palabras que nada significan.

Y si hay alguna película que hable del hundimiento personal, de las arenas movedizas de una realidad que más te ahoga cuanto s ansías salir de ella, es “Magnolia”. No es la primera vez que escribo aquí sobre ella; y presumo que, si este blog revivido continúa en activo (como así lo deseo), tampoco será la última. Porque es el exacto retrato de unos seres al límite, que piensan que no pueden sufrir ya más para luego descubrir que sí, que nada es nunca imposible cuando se trata de empeorar, y ni siquiera cabe descartar que un aluvión bíblico de ranas asustadas, un suicidio masivo de batracios inocentes, se vuelque sobre ti.

Y sin embargo, es en esa profunda y desolada humanidad en la que aún queda un destello de esperanza. Porque queda la voz de Aimee Mann (en la foto de arriba junto al director Paul Thomas Anderson) acunándonos en nuestra soledad. Porque tal vez, cuando creemos que nos estamos convirtiendo en piltrafas a las que nadie puede amar, todavía puede haber alguien que se detenga a mirarnos dos veces, que no nos eche en cara nuestros errores, nuestros pasos en falso... nuestra nadería de no habernos convertido en especiales, sino en unos tipos grises que cada día se confunden en un mar de gente como nosotros, gentes que quizá amen, quizá deseen, quizá quieran llorar, pero que no se lo pueden permitir...

Porque alguna que otra vez, a nuestro grito de socorro, a nuestra petición de que alguien nos salve, contesta alguien. Y esos momentos sólo nos cabe guardarlos, atesorarlos, no dejarlos de lado y conservarlos, alimentarlos. Porque cuando nos estamos congelando por dentro, sólo esos pequeños reductos de calor podrán conservar la esperanza de que resucitemos en un mundo en el que, a pesar de todo, y por más que nos empeñemos en negarlo, aún brilla el sol.




Videoclip de "Save Me", de la BSO de "Magnolia"

07 septiembre 2008

QUO VADIS, CORTO MALTÉS?



Hace unas semanas, me dejé llevar por uno de esos impulsos caprichosos, y me compré un reloj de Swatch que, la verdad, discreto
no es mucho. Es uno dedicado al Corto Maltés, que tiene su cara en la esfera y cuyo cuerpo se extiende a lo largo de la correa.

Conocí al personaje creado por Hugo Pratt durante mis años de estancia en el Colegio Mayor, donde (además del cine) descubrí, gracias a una comiteca que allí tenían, que los tebeos daban para bastante más cosas de las que pensaba. Los álbumes de Corto eran mucho más cultos y elevados que, pongamos por caso, los de Astérix o Mortadelo. Hasta lo eran más que Tintín, probablemente mi máximo acercamiento al cómic europeo, ése que miraba por encima del hombro (como, tonto de mí, hice yo durante un tiempo) a esos tipos vestidos con mallas que nos despachaban, en plan factoría, desde el otro lado del charco. Además, sus páginas rebosaban de cultísimas menciones a hechos históricos, legendarios y literarios, y a través de sus aventuras desfilaban nombres como Jack London, James Joyce, el Barón Rojo... Una bonita sucesión de cajas chinas que me ayudó a tapar algunos agujeros en una formación cultural desordenada y llevada, siempre, por el descubrimiento y la curiosidad repentinas: saber un poco de mucho, vaya. En eso, creo que respondía perfectamente al estereotipo del periodista en que me estaba convirtiendo.

Por eso llevo en estos momentos a Corto en mi muñeca. Pero lo que me ha hecho pensar es el texto que los suizos incluyen dentro del mono estuche del reloj. Dice (traduzco directamente del inglés, así que espero que no haya demasiados gazapos): “Swatch y Corto Maltés tienen algo en común: los dos comparten una visión despreocupada de la vida y la misma e inimitable elegancia. Amigo de los débiles y oprimidos, con un fino sentido del humor y porte elegante, Corto Maltés es un héroe mítico y un arrojado hombre de honor y acción. Nacido en Malta, hijo de un marinero británico y una gitana de Sevilla, Corto irrumpió hace cuarenta años en el mundo de los cómics, creado por Hugo Pratt, un excepcional ilustrador y novelista y uno de los mayores artistas de la viñeta moderna. Corto Maltés no sale en busca de la aventura, la aventura viene a él, un amante de la libertad y el humanismo, recorre el mundo en busca de un tesoro o persiguiendo un sueño. Si los relojes Swatch hubiesen existido en aquellos días, Corto Maltés seguramente habría llevado alguno de los modelos conseguidos a lo largo de sus viajes”.

¡Toma ya! Estoy totalmente convencido de que detrás de este acuerdo deben de estar los herederos de Pratt (algún día escribiré sobre el tema de los herederos, albaceas y demás de los creadores, que tiene tela), y prefiero pensar que su creador, probablemente, no hubiera accedido en vida a semejante y forzada combinación de vocaciones entre lo que representa su personaje y el mundo cool que busca encarnar Swatch. Eso sí: supongo que, en definitiva, poco podría decir yo, que al fin y al cabo caí en la trampa y compré el reloj. Todo lo cual, en definitiva, viene a hablar de uno mismo y de las cosas en las que se va convirtiendo con el paso de los años. Y creedme, no es ése un camino por el que me apetezca transitar demasiado... ¡que ya bastante cuesta a veces levantarse cada día como para encima ser duro con uno mismo!



Secuencia de "Corto Maltés: La película"