28 diciembre 2008

MINUTOS MUSICALES (VIII)


BUENA MÚSICA EN TIEMPOS DE CRISIS

No sé a vosotros, pero a mí pocas cosas me animan tanto como la buena música de las Big Band y los clubes de los años veinte o treinta, quizá porque solían ser un chorro de optimismo en medio de un mundo que se desmoronaba. Ahora que estamos a punto de poner el pie en un año cargado de incógnitas, quizá sea bueno dejarse llevar por uno de los temas de la banda sonora de Un gran día para ellas, en la que Paul Englishby ha sabido rememorar aquel sonido. Un buen ejemplo es el tema que se titula igual que la película, algo más tranquilo pero que, sin luga
r a dudas, acaricia el espíritu.

Paul Englishby, Miss Pettigrew Lives for a Day, de la BSO de Un gran día para ellas (2008) (2' 14")




LA HISTORIA DE AMOR DEL AÑO

Claro que, si hablamos de buenas sensaciones de este año que termina, en muchas de ellas está este robot casi achatarrado, pero cargado de la suficiente convicción y capacidad de amar como para conquistar el corazón positrónico de un modelo ultradiseñado, megavanzado... y con su buena dosis de mala leche. La historia de amor entre WALL-E y EVA es, sin lugar a dudas, de las que permanecerán por siempre en nuestra memoria cinéfila. Y este momento en el que los dos parecen bailar a toda velocidad en medio del espacio, es realmente inolvidable.

Thomas Newman, Define Dancing, de la BSO de WALL-E (2008) (2' 23")




LO QUE GODZILLA LLEVARÍA EN SU IPOD

Ya el clarividente de J. J. Abrams lo vio claro (valga el tonto y redundante juego de palabras) cuando produjo Monstruoso, una de las cintas que más han hecho discutir a los cinéfilos en el año que ahora se acaba. Una película sin banda sonora propia (o diagética
, como dicen los cultos), pero que en los títulos de crédito finales guardaba una pequeña sorpresa: una larga suite con la que Michael Giacchino homenajeaba el espíritu de las monster movies tan caras a todos los aficionados al fantástico. Un estupendo y grandilocuente espectáculo sonoro, con esos coros, esa percusión y esos vientos que podrían acompañar el destructor caminar del mismísimo Godzilla...

Michael Giacchino, Roar! (Cloverfield Overture), de la BSO de Monstruoso (2008) (9' 43")


Leer Minutos musicales I, II, III, IV, V, VI y VII


Y hablando de cine...





El cant dels ocells: Entre la cabezada y la m
aravilla

Es difícil enfrentarse al comentario de una cinta como ésta (y más si cabe lo de valorarla con estrellitas). De entrada, habría que decir a quien quiera asistir a una sesión de... Leer más

21 diciembre 2008

¿POR QUÉ NOS GUSTA TANTO SHERLOCK HOLMES?

Con mucho retraso, pago con este post una deuda pendiente con mi buena amiga Lieschen. Hace algún tiempo, en su blog Kaffekantate (que os recomiendo encarecidamente, y no sólo por afecto), dedicó una entrada a un libro pequeño pero deslumbrante, La solución final, de Michael Chabon. Una de esas obras que engrosan el pequeño sub-subgénero dedicado a continuar las aventuras de Sherlock Holmes allí donde las dejó su creador, Sir Arthur Conan Doyle. Claro que, además, en el caso de Chabon ese personaje se insertaba en una realidad tan en apariencia ajena a él como la Segunda Guerra Mundial y los ecos del Holocausto, en los que sus habilidades como detective, que le han convertido en un venerable y casi olvidado famoso nonagenario, se muestran impotentes para penetrar un mundo en donde el Horror, así con mayúsculas, campa por sus respetos.

No voy a repetir aquí (¡no estoy tan loco como para osarlo!) el espléndido acercamiento que hace Lieschen en su breve texto al libro de Chabon. De hecho, en realidad quería utilizarlo como mera excusa para mencionar una tendencia que, en los últimos tiempos, parece enseñar la patita, y no sólo en el ámbito literario: Sherlock Holmes vuelve a interesar, y mucho. ¿Ejemplos? No faltan, y entre ellos destacan la mencionada nueva vida que
le insufla Chabon, emblema de toda una nueva generación de dotados autores que continúan, actualizan y expanden los universos arados por autores como Conan Doyle o Wells, o la espléndida novela de Julian Barnes, Arthur & George, apasionante retrato de dos personajes, uno de ellos el padre del detective, al que llega a imitar en un caso real para demostrar la inocencia de un joven de origen parsi absurda e injustamente condenado por unos crímenes de los que él era inocente, en lo que fue una especie de caso Dreyfuss británico.

Si a esto unimos que hay varias películas en marcha (la más sonada quizá sea la que firma el ex de Madonna, Guy
Ritchie, con Robert Downey Jr. en la piel del morfinómano detective), habría que preguntarse: ¿por qué nos sigue interesando Holmes, cuando otros personajes de idéntico éxito han caído en el baúl del olvido o las estanterías de los especialistas? Porque, no lo olvidemos, fue fruto de una época, la del esplendor del Imperio Británico, en la que aún se tenía una fe ciega en el Progreso (así, con mayestática capitular); y si ese Progreso existía era por la potencia de una mente humana capaz de enfrentar cualquier desafío. Así, la figura de un detective con un método deductivo ante el que cualquier enigma se rendía, no sólo tenía garantizado el éxito, sino también el convertirse en algo mucho mayor, en todo un símbolo del mundo ansiado y por venir.

Lo curioso es que en nuestros días, cuando la confianza en el progreso (al que hemos quitado, incluso, la mayúscula) está bajo mínimos, y se extiende la creencia de que el esfuerzo racional ha traído más desgracias que otra cosa (no se puede decir que el crédito de la Humanidad como especie y como entidad cotice demasiado últimamente), vuelva a resurgir ese icono. Claro que lo hace con diferentes ropajes: ¿o no es Grissom, el carismático pro
tagonista de C. S. I. Las Vegas, un Holmes adaptado a los nuevos tiempos? ¿No lo es el mismísimo doctor House? La diferencia estribaría en que tanto uno como otro, en realidad, necesitan de prótesis tecnológicas, de apoyos en los que proyectar su indudable inteligencia que, por sí misma, sería insuficiente para desentrañar el misterio. De hecho, quizá sea esa única y pequeña lección de humildad (la convicción de que, por sí solo, el ser humano está lejos de poder derrotar las fuerzas oscuras de la ignorancia) la que ha venido a sumarse al viejo icono. Por lo demás, sigue igual de fascinante. Y que dure.


Hasta los Teleñecos han contribuido a mantener vivo el mito de Sherlock Holmes. Aquí, en este divertido sketch, enfrentan al detective y su inseparable Watson con un caso imposible (está en inglés, pero no resulta nada difícil saber por qué van desapareciendo las pruebas del crimen)


Y hablando de cine...




My Blueberry Nights: Nada nuevo bajo el neón

Las dudas quedan resueltas: Wong Kar Wai, uno de los directores más esteticistas del cine actual, no ha perdido ninguna de sus principales señas de identidad en su paso... Leer más

14 diciembre 2008

¡VIVA LA ADOLESCENCIA!

Era previsible: el éxito de los libros y la película de la saga que Stephenie Meyer inició con Crepúsculo ha tenido su correspondiente respuesta por parte de muchos críticos. Pero no me voy a referir aquí a la película (si queréis leer mi crítica, podéis encontrarla al final de este post), sino a algo que me enerva especialmente: la displicencia, por no decir otra cosa, con la que muchos despachan todo lo que tiene éxito entre los adolescentes, que automáticamente es tildado como de nula calidad (literaria o cinematográfica, tanto da), transmisor de valores perniciosos (¡qué originalidad la de las sucesivas generaciones de adultos!), y mera excusa para promover un consumismo desaforado (¡ja! ¿De verdad estamos los talluditos para dar ejemplo de lo contrario?).

Y si me enerva es porque me parecen comentarios injustos, que niegan desde un principio cualquier capacidad de decisión o criterio entre los chavales. Y sin embargo, nadie puede negar que se trata de un colectivo q
ue tiene sus propias vías de comunicación, que en muchas ocasiones, y en contra de lo que se suele creer, transita de manera paralela a las corrientes marcadas por la publicidad y el marketing. No olvidaré hace algún tiempo cuando, en la Feria del Libro de Madrid, los que allí estábamos quedamos impresionados por la larguísima cola de firmas que tenía una, para mí, desconocida Laura Gallego, una cola que dejaba pequeñas las de otros nombres, por supuesto más bendecidos por el establishment y con todo el apoyo mediático. Así fue como llegué a enterarme de que había una cosa que se llamaba Memorias de Idhún, algo que, por ejemplo, mi sobrina ya había conocido (y puntualmente devorado) por su propio lado.

Por supuesto, tampoco voy a caer en el extremo de decir que todos estos libros son lo más; nada más lejos de ello. Pero, antes que nada, respeto profundamente el criterio de chicos que son capaces (he sido testigo de ello) de tragarse los cuatro libros de Stephenie Meyer (o sea, unas dos mil cuatrocientas páginas) ¡en tres semanas! La verdad es que no está mal para esta generación que, decimos, está echándose a perder con las videoconsolas, la falta de autoridad y control paternal y su falta de valores. Lo que quizá no terminemos de entender los adultos es que, al fin y al cabo, en esas páginas encuentran compañía (respuestas no lo tengo tan claro), palabras de unos autores que saben lo que les interesa, que de verdad son capaces de ponerse en su lugar en una edad que (¿es que tan pronto lo hemos olvidado?) está llena de miedos, inseguridades, anhelos, angustias y una capacidad de ilusión como nunca después volvemos a tener.

Y quizá los adultos deberíamos dejar de ser esos cascarrabias que siempre están diciendo que lo que había cuando éramos adolescentes era mucho mejor. ¿Lo era? Sinceramente, recuerdo haber leído cosas que me apasionaban y que no eran, desde luego, La historia interminable. Y, como yo no doy por desperdiciado ni un solo segundo pasado con un libro en las manos (sea cual sea), ante una película (por muy horrible que luego, con el tiempo, descubriera que era) o un disco, también me digo que ellos tienen su propio mundo. Un mundo del que, no sé por qué, parecemos empeñados en expulsarles antes de tiempo ¿Para qué? ¡Como si lo que viene después fuese mucho más apasionante!


Para los esceptic
os: aquí tenéis una cola de firmas de Laura Gallego, en este caso en Málaga.


Y hablando de cine...




La Ola: Una pregunta que incomoda


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Un gran día para ellas: Ésta sí que es una comedia como las de antes

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Crepúsculo: En clave adolescente

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Il Divo: Una caricatura que exige conocer al modelo

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07 diciembre 2008

UN INSTRUMENTO DE CIENCIA FICCIÓN

Hace un par de semanas estuve en la Muestra de Cine Europeo Ciudad de Segovia. Un encuentro por el que, la verdad, debería pasarse tanto agorero que dice que el cine que se hace en nuestro continente no interesa a nadie. No será así, pero lo cierto es que sólo produce satisfacción ver las colas de gente interesadas en asistir a los pases de títulos aún no estrenados en nuestro país (y de los que muchos, me temo, quedarán definitivamente inéditos en nuestras pantallas), incluso de lugares tan exóticos (para nosotros) como Islandia.

Pero si traigo a colación aquí el certamen no es tanto por las películas vistas, sino por una experiencia personal que me encantó. Y ésta no fue otra que la posibilidad de ver, por primera vez, ese mítico instrumento llamado teremín, del que tanto había oído hablar, había visto vídeos... pero que nunca había tenido posibilidad de disfrutar en carne mortal. Fue en el concierto dominical de música de cine que ofrecieron Luis Delgado y Cuco Pérez con Diego Galaz, y el primero de ellos fue el que lo tocó en uno de los temas. Antes, claro, nos contó su historia, cómo fue inventado por Lev Sergueievich Termen (más tarde afrancesó su nombre, y pasó a llamarse León Théremin) a partir de su desarrollo de un sistema de vigilancia electrónica del perímetro del Kremlin... en la década de 1920. Aplicó lo descubierto para construir un aparato que detectaba cualquier cuerpo que se aproximase a él, y lo adaptó para la creación del único instrumento que no necesita ser tocado físicamente para que funcione. Así, no es extraño que ante su ejecución uno se sienta casi casi como si le hicieran magia. Y si no, echadle un vistazo a este vídeo:



¿A que tiene algo inquietante, a pesar de que el tema en principio debería ser romántico? Así, no es de extrañar que, cuando Termen se pasó al bloque occidental y se instaló en Estados Unidos, fuese requerido para muchas bandas sonoras, especialmente para películas de terror y fantásticas. Quizá uno de los ejemplos más conocidos (y que fue precisamente el tema en el que Luis Delgado
lo tocó) sea el de la versión original de Ultimatum a la Tierra, para cuyo tema principal el genial Bernard Herrmann supo explotar todo el potencial del curioso instrumento.

Os puedo asegurar que si hubo una parte del público que disfrutó especialmente de la
demostración fueron los niños. Y no es extraño, porque es un instrumento que tiene algo de juguete o invento de científico loco. Y, según nos comentó su propietario, resulta bastante difícil de tocar: la mano izquierda regula, según su cercanía a la especie de barra metálica curvada que tiene en un lado, el volumen, y es la derecha, según la posición que ocupe en el espacio y su proximidad a la antena que le sale de un lado, la que dice qué nota, y en qué registro, debe tocarse en cada momento. Así, sin una tecla concreta, sin una cuerda que rasgar, el margen para el error no es pequeño, y un buen intérprete de teremín debe tener, a la vez, una visión y memoria espacial fuera de lugar.

Tal vez sea ése el motivo por el que los gatos son incapaces de tocarlo; pero hay que reconocer que éste, al menos, lo intenta en un miniteremín. Y no estoy seguro de que, en caso de hacerlo yo, el resultado fuera mucho mejor:




Y hablando de cine...




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