29 junio 2006

Y LA PALABRA SE HIZO CARNE


Si no fuera porque se trata ya de un lugar común poco original, el único calificativo que cabría hacerle al cine de Dreyer es el de milagroso. No sólo por lo que supone de un estilo muy particular de abordar unas historias entreveradas de una espiritualidad extrema, sino porque haya sobrevivido incluso a los embates de algunos nuevos directores que han querido realizar su particular "matanza del padre" para ganarse un lugar bajo el sol (somo haría Lars Von Trier, en muchos sentidos un cineasta imprescindible, con su peculiar homenaje a la película que nos ocupa al final de Rompiendo las olas).

Si difícil es apartar de la retina los formidables primeros planos de La pasión de Juana de Arco, una de las grandes películas del cine mudo, la sensación se refuerza cuando nos enfrentamos a Ordet, conocida también por su título en español, La palabra. Una obra construida con un único objetivo que la podía haber lastrado desde el principio: a lo largo de sus dos horas se nos narra una historia que prepara el terreno a un milagro final que rompe cualquier lógica del discurso. Una idea que, en manos de muchos otros directores, ha dado como resultado un cine religioso ñoño y útil sólo para ser proyectado en las clases de religión y catecismo.

Sin embargo, Dreyer va mucho más allá, hasta el punto de que en ninguna película como ésta ha podido captarse una espiritualidad y religiosidad más profundas, en que la fuerza de sus imágenes ni siquiera necesitan de la existencia de un espectador creyente para que éste entre en su juego. Ambientada en 1925, nos narra la historia de los Borgen, una rica familia de ganaderos y agricultores compuesta por Morten Borgen, viudo padre y patriarca, y sus tres hijos, Mikkel (casado con Inger, con la que tiene dos hijas), Johannes (un pobre loco enviado a estudiar teología y que, enloquecido por la lectura de Kierkegaard, se cree Jesucristo) y Anders, el pequeño. Este último está enamorado de la hija del sastre, enemigo en la fe de su padre, pues ambos se acusan mutuamente de ser herejes, por lo que la historia de amor entre ellos es poco menos que imposible.

A lo largo de la primera parte de la película, se nos muestra un mundo en el que la religión y la fe son unas cargas que sólo sirven para hacer infelices a los hombres, hormas en las que no hay lugar para sentimiento alguno, sino sólo para un obrar recto que desvíe al hombre del seguro camino hacia el infierno. Y Dreyer nos lo muestra con largos planos, separados por escasos cortes, en los que, una y otra vez, los personajes se van encontrando y hablando entre ellos sin mirarse ni un solo momento a los ojos. Todo el tiempo parecen sumidos en un permanente estado de reflexión, en una tristeza vital que parece ser compañera inseparable de la aspiración a la santidad. La cadencia de la narración y las estancias de la casa familiar, Borgenstraad, o de la sastrería, filmadas en un impecable blanco y negro, nos hablan de un mundo de frialdad donde sólo los jóvenes intentan, infructuosamente, abrirse un hueco.

Por contraste, los escenarios naturales son de una gran belleza: frente al quietismo de la vida de los humanos, las pocas escenas que suceden en los campos tienen una enorme importancia por el contraste, porque vemos las altas hierbas sacudidas por el viento, las nubes desplazándose... mientras que las estancias de los hombres son sólo cárceles, en las que cada uno se agarra a su religión, a su trabajo o a su ciencia (como es el caso del médico) para, más que vivir, sobrellevar la vida.

En este contexto es en el que surge la figura del demente Johannes, entrando y saliendo del cuadro cuando menos se le espera, despertando sentimientos incómodos entre todos los que le oyen quejarse, con voz alucinada y mirada perdida, de que ninguno de los creyentes le reconozca como el Mesías. En un momento dado, refiriéndose a la serie de desgracias que Dios parece haber decidido enviarle, Morten Borgen llega a lamentar que Johannes no haya muerto: "ni siquiera esa gracia nos es concedida".

La repentina enfermedad de Inger, la nuera embarazada de lo que promete que, esta vez sí, será un varón, será la gota que colme un cáliz lleno a rebosar de desgracias. Ella es la única que vive su fe de una manera serena, que es capaz de amar, de no ver nada admirable en el hecho de que su suegro se casara sin amor, por más que el matrimonio con su difunta esposa fuese modélico a los ojos de la Iglesia y de los demás. Con su enfermedad y sufrida agonía, la única chispa de vitalidad que quedaba en la casa se apaga, y parece que la luz desaparecerá definitivamente de la casa azotada por el frío del invierno. Johannes será el único capaz de detenerlo, y eso sólo porque su sobrina pequeña se lo pide, con la naturalidad y la fe sencilla y sin complicaciones de los niños.

Lo que hace que esta historia adquiera un halo universal capaz de llegar a todos, creyentes o no, es la extraordinaria concepción que de la puesta en escena tiene Dreyer: suaves travellings que rodean a unos personajes normalmente estáticos (¡qué rostros más increíblemente fotografiados mientras cantan los salmos!), con una especial atención a la soberbia escena en la que la niña habla por primera vez con Johannes y la cámara gira lentamente alrededor de ellos, dotándola así de belleza y equilibrio. Frente a los que consideran que saber mover bien una cámara es dejarse llevar por estertores y tics, Ordet se convierte en una muestra perfecta de cómo una cámara que casi nunca está quieta puede estar al servicio de una historia marcada por un profundo halo espiritual.

Pero lo que supone el logro mayor, un logro repetido en la filmografía de ese genio que fue Dreyer, es que, en realidad, y bajo un envoltorio religioso, se nos está haciendo un cántico, una exaltación de la vida. Pero no de una vida considerada en los estrechos límites marcados por las muchas beaterías que en el mundo son y han sido, sino la vida en estado puro, con su fuerza carnal, sensorial, que tiene en el amor y (¿por qué no decirlo?) en el sexo su más alta plasmación. Por eso uno de los últimos planos es el de ese beso en la mejilla, con la boca abierta, de Inger a su marido, tan carnal que incluso vemos claramente cómo un hilo de saliva les une momentáneamente, en la que casi es la única escena de contacto físico en toda la película.

Como volvería a decirnos en Gertrud, su última película, sólo esa es la fuerza que nos puede conectar con lo que nos supera, llamémosle Dios, el mundo o lo que buenamente queramos. Por eso la visión de esta película es tan reconfortante, porque nos recuerda la única vía para alcanzar la plenitud: la de sentirnos vivos y gozosos.


ORDET (LA PALABRA). Ordet. Dinamarca, 1955. Blanco y negro, 120 min. Dirección: Carl Theodor Dreyer. Intérpretes: Birgitte Federspiel, Henrik Malberg, Emil Hass Christensen, Preben Lrdorff Rye, Cay Kristiansen, Ejner Federspiel, Gerda Nielsen. Puesta en escena de la obra teatral de: Kaj Munk. Fotografía: Henning Bendtsen. Música: Paul Schierbeck, Sylvia Schierbeck. Productores: Carl Theodor Dreyer, Erik Nielsen, Tage Nielsen. Vista en: DVD (Filmax).

[+] Ordet-La Palabra, en El espejo de los sueños

11 comentarios:

Dcine dijo...

"La palabra", es una obra maestra absoluta. Y "La pasión de Juana de Arco" otra (además de una de las películas más tristes que he visto en mi vida, aunque quizás influya la música que acompaña a la película al ser muda). Y "Gertrud". Y...prácticamente toda la obra de Dreyer.
Todo en esta pausada película es puro cine hecho espiritualidad. Yo no creo en Dios (tras un largo proceso que ahora no vine a cuento) pero películas como esta te hacen querer creer. Cada secuencia, cada pequeño plano es una maravilla de la puesta en escena y la sencillez . Pero esta aparente sencillez formal, que a muchos les puede desconcertar, es en realidad una profunda estilización conceptual obrada por Dreyer con tal maestría y dominio de la técnica cinematográfica que pocos directores se han podido acercar (quizás Víctor Erice en España y el nombrado hijo pródigo del maestro Lars Von Trier). Nunca con tan poco (aparentemente) se contó tanto.
¿Qué otras cotas de maestría hubiera logrado si finalmente hubiera podido rodar el proyecto que preparaba cuando le sorprendió la muerte, "La pasión de Cristo" ?
Por desgracia eso nunca lo sabremos. Pero lo que si sabemos es que lo que nos dejó como herencia pertenece por derecho propio a la HISTORIA DEL CINE, con mayúsculas.
Excelente y muy cuidado post .
Hace tiempo que te sigo y he cometido el "delito imperdonable" de no incluirte en los enlaces favoritos de mi blog. Desde hoy ese delito estará subsanado.
Y para que veas que intento redimirme aquí te dejo un excelente enlace donde podrás ampliar ( si no lo conoces ya, que lo dudo) tus amplios conocimientos sobre Dreyer y otros maestros del cine:

http://www.mastersofcinema.org/

Un saludo,
Barry Collins

Libertino dijo...

Uau!
Lo primero decirte que gracias por colarme entre tus imprescindibles!!!
Lo segundo, que el señor Dreyer y yo tenemos una cuenta pendiente que espero saldar en breve!
Un plcer leerte!!!

Rosenrod dijo...

Barry: desde luego, no se puede negar que tu comentario es el de un verdadero amante del cine, y el de Dreyer. No es para menos: yo tampoco soy religioso, lo fui hace mucho tiempo y, sin embargo, no puedo evitar sentir una vibración muy especial cuando veo "Ordet". El verano pasado la vi en cine, y salí de la sala con un temblor especial, con los ojos humedecidos, una sensación de las que se viven en muy pocas ocasiones. ¿Cómo sin ser creyente una película religiosa como ésta pudo hacerme sentir así? En el fondo, no tengo respuesta: simplemente, es así. Por eso, me carcajeo o me cabreo (según tenga el día) cuando pretenden decirme que "La Pasión" de Mel Gibson es el culmen de lo espiritual, ¡lo que hay que aguantar!)

Mil gracias por el enlace y por vincularme en tu blog. Y por supuesto, de delito nada: siempre un placer tenerte por aquí.

Y Libertino: espero que saldes tu deuda, y que te satisfaga. A veces, cuando hemos oído hablar tan bien de algo, no podemos evitar desilusionarnos un poco cuando lo descubrimos. Espero que no sea tu caso; de todas formas, Dreyer, o se adora o se odia. Me temo que no hay término medio (como pasa con tantos genios en la historia del cine). Y es un placer contarte entre los imprescindibles.

Gracias a los dos. El placer es mío.

Anónimo dijo...

Ver una película de Dreyer es entrar en otra dimensión. A mí tanto ésta como "Gertrud" me parecen obras maestras, pero estoy de acuerdo contigo en que a Dreyer o se le adora, o se le odia XD

"Ordet", afortunadamente, es mucho más que una película de temática religiosa, porque como les sucede a todas las buenas películas, está por encima de aspectos concretos; si no, serían un panfleto más. Yo soy profundamente atea, y me maravilló.

Por cierto, ¿verdad que era Dreyer del que se decía que hipnotizaba a sus actores antes de ponerse a rodar? XD Es que me suena haberlo leído en varios lados, y creo que era referido a Dreyer, porque además se comentaba que precisamente sus películas tenían ese mismo efecto en el espectador XD

Saludos!

Rosenrod dijo...

Pues nunca lo había oído, Marnie pero, ya puestos, serviría para explicar cómo es posible que sacara de sus actores las interpretaciones que sacaba. Y no pienso sólo en "Ordet", el rostro de la Falconetti en "La pasión de Juana de Arco" es de un éxtasis continuo, algo que no sé cómo demonios se consigue a lo largo de todo el tiempo y esfuerzo que supone rodar una película (curiosamente, en ella, el actor que tiene la expresión más serena es Antonin Artaud, el que, de todos ellos, en la vida real era el más alucinado)

Un saludo!

Anónimo dijo...

Sólo he visto La palabra y xa mi no es una obra maestra. Tiene una gran idea y un buen desarrollo pero gran parte de la película se pierde. También tengo vampir xa ver que esa por lo que he previsualizado tiene pinta de que me guste más

Natalia Book dijo...

Hace unos meses el canal de cable "cinematk" le dedicó un pequeño ciclo. Además de estas obras maestras que mencionáis a mís también me sorprendión una película menor. "El amo de la casa". Impresionante la forma en que denuncia el tema del sexismo y la violencia de género en ¡¡¡1925!!!. Sin duda alguna un avanzado a su tiempo.

Rosenrod dijo...

Ysi, ¡alguna vez tenía que llegar un desencuentro! En fin, creo que lo superaremos, ¿no? :)

Y Natalia, confieso que ésa es de las que me quedan por ver. Y por supuesto, no pasará mucho tiempo hasta que le eche el ojo. Bienvenida por este blog.

Gracias a los dos

Raccord dijo...

Siento discrepar Rosenrod. Pero es que ademas discrepo muchisimo :)

http://aquiestajack.blogspot.com/2006/05/ordet.html

Rosenrod dijo...

¡Jajajajaja, Raccord! He de decir que yo aún discrepo más (de ti, claro, no nos liemos), pero me ha encantado tu demoledor comentario. Aunque en una cosa coincidimos: los señores de los púlpitos siempre dan mucha grima, incluidos (o sobre todo) los cinéfilos.

Un saludo!

Anónimo dijo...

MIENTRAS HAYA MATADEROS HABRA CAMPOS DE BATALLA !