18 mayo 2006

EL PRÍNCIPE, CHICO ALMODÓVAR


El gran departamento de marketing en el que se ha convertido la Fundación Príncipe de Asturias ha vuelto a dar la campanada sorprendiendo a propios y extraños al conceder el premio Príncipe de Asturias de las Artes a Pedro Almodóvar. Aunque no tan desconcertante como el de la Concordia que le dieron en su momento a J. K. Rowling, ni tan prematuro como el de Fernando Alonso, no deja de ser curioso imaginarnos la futura fotografía del director manchego junto al matrimonio Gates.

Habrá quien considere que el premio es más que merecido; para otros todo lo contrario, por considerar que su trayectoria no tiene suficiente brillantez como para recompensarla con un galardón que, no lo olvidemos, viene marcado por un expreso deseo de reconocer la excelencia. Las comparaciones con Woody Allen son inevitables: ¿la aportación de Almodóvar tiene la misma relevancia que la del director de Manhattan? (claro, si se lo hubiesen dado a Bergman no habría foto, pues es bien sabido que el maestro sueco no acude a actos tan mundanos).

Lo que está claro es que estos galardones, a diferencia de los Nobel (y por mucho que se empeñen en compararlos), han entrado en una dinámica peligrosa, porque están siendo los galardonados los que están dando renombre a los premios, y no al revés. ¿O alguien se cree de veras que el ser Príncipe de Asturias ha añadido algo sustancial en su vida a Bill Gates, a J. K. Rowling, a Fernando Alonso... o al mismo Allen? (al fin y al cabo, si a este último le hubiese servido para ayudarle a la financiación de una película, que es lo que verdaderamente le preocupa en los últimos tiempos, le habría sido mucho más útil). No: es la obsesión por la foto lo que manda. Los premios Príncipe de Asturias tienen la importancia que le dan los que aparecen en ella; los Nobel, en cambio, y por muy discutidos que sean en muchas ocasiones, no dependen de rostros famosos. ¿O es que alguien puede recitar tres nombres de galardonados de una edición concreta, por ejemplo la última?

Es curioso lo que está sucediendo con Almodóvar en el último año. Por un lado, ha firmado una película maestra, una espectacular remontada de la mediocridad en la que, a pesar de Hollywood y la Cinemateca Francesa, parecía sumido en sus últimos títulos (ese despropósito en forma de guión que era Hable con ella, por mucho Oscar que se llevara, o la nueva decepción que supuso La mala educación) en una continua cuesta hacia abajo, atrapado en la esquizofrenia de sentirse amado y reconocido fuera y ninguneado en su patria. Volver, sin lugar a dudas, está llamada a convertirse en uno de los hitos de su filmografía, una pieza en la que por fin consigue el tantas veces rozado pero pocas alcanzado equilibrio, una película en estado de gracia en la que el estilo almodovariano brilla en plenitud, sin zonas oscuras, sin fallos ni buenas ideas desperdiciadas.

Pero este reconocimiento, por primera vez en mucho tiempo casi general, le está llevando a una situación paradójica: muchos de los que le han apoyado contra viento y marea le echan en cara ahora su aparente rebaja de listón, acusándole (algunos de manera comprensiva, otros con vehemencia) de haberse vendido a lo comercial. Y otros, los normalmente más críticos, le abren las puertas de las instituciones: a ver quién se atreve a negarle el próximo año su buena ración de Goyas.

Y ahora, el Príncipe de Asturias. Veremos a ver qué pasa en Cannes pero yo, de Almodóvar, no dormiría tranquilo. A lo peor, el galardón asturiano se convierte en el beso de la muerte, y los franceses se niegan a premiar una película en la que no aparece tan nítido el universo falsamente fassbinderiano de su obra que tanto parece fascinarles. Quizá el péndulo haya completado ya su desplazamiento y empiece a moverse al otro lado; si es así, Almodóvar añadirá un Príncipe a su atiborrada estantería, pero a mí me da que, si se lo cambiasen por una Palma de Oro y, al menos, una nominación al Oscar al mejor director, no le quedarían muchas dudas. Claro que ninguno de estos dos los entrega un Heredero...

4 comentarios:

Matías Cobo dijo...

Excelente artículo. Estoy de acuerdo con la reflexión de fondo: los Príncipe de Asturias corren el riesgo de caer en un pueril oportunismo que, quizá, dilapide el prestigio que, se supone, tienen.

En cuanto a Almodóvar, pues creo que se la ha sobrevalorado muchas veces y también infravalorado otras; aunque, en general, se ha dado más lo primero. Sabe hacer cine y tiene instinto, pero, en mi opinión, no aguanta la comparación con verdadermos maestros del séptimo arte.

Él va a recibir el Príncipe de Asturias de las Artes, lo que lo considera como un artista fuera de lo común, no sólo un cineasta relevante. ¿Exagerado, barrida para casa? No sé, pero, como dices, al que lo recibe le añade más bien poco a lo ya conseguido en su ámbito, y sin embargo, los Premios se juegan su prestigio y criterio en la elección. ¿Quién pierde o gana más?

Anónimo dijo...

De la última no puedo, pero recuerdo la de Paco de Lucía, el Gerrouj y Masagué... ¿Te vale? Ah y en esa misma, Claudio Magris, el camino de Santiago y las becas Erasmus...

O bien, Fernando Alonso, los institutos de lenguas, Giovanni Sartori, Simone Weil, Tamara Rojo, El señorísimo Damásio y Nélida Piñón y las monjitas de no sé dónde (pero tres premios sin contar el Instituto Camões fueron para el ámbito luso).

En todo caso, creo que comienzan a mear fuera del tiesto, optando por personas o fenómenos no consolidados, no indiscutibles, pero sin marketingeables: léase optar por Ferny en vez de por Schumi o por Pol Auster en vez de por... no sé... hum... cualquier otro. Y en vez de Almodóvar, Bergman, je.

En cualquier caso, a ver qué pasa con Almo a partir de ahora, la reflexión no está de más

Eso sí, creo que

Anónimo dijo...

Y creo que para El Gerrouj, por ejemplo, sí fue significativo y útil recibir el premio.

Rosenrod dijo...

Sí, y para el físico de este año (no recuerdo el nombre ahora mismo, lo siento), porque ha servido para dar a conocer, fuera de su ámbito, su descubrimiento. Pero hay que reconocer que están perdiendo el criterio que sirva para juzgar los premios; en el caso de los Nobel, en muchos casos (al menos en los que uno puede opinar algo), uno puede decir que podían habérselo dado a otro o algo así, pero raramente se discute que el galardonado no lo merezca. ¿O es que el jurado de las Letras, por poner un ejemplo, va a tener los bemoles de premiar a un poeta antillano que no conozca ni Blas, como sí se atrevió la Academia Sueca con Walcott? Francamente, lo dudo: prefieren ir a tiro hecho. Pero claro, sin riesgo no hay gloria...