27 noviembre 2006

MATAR PARA ATRAPAR LA BELLEZA


Tal vez la adaptación de El perfume esté llamada a representar lo que fue El nombre de la rosa para la cinematografía europea hace dos décadas; tal vez. En todo caso, una obra hermosa por momentos, aunque algunas limitaciones debidas a su condición de gran producción le impidan alcanzar el grado de maestría.

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24 noviembre 2006

EL REBELDE ESENCIAL


Rebelde. Ésa es la palabra más repetida en los cientos de páginas que se han escrito estos días con motivo de la muerte de Robert Altman. Rebelde por no plegarse a los modos de producción hollywoodienses, por preferir refugiarse durante décadas en la televisión a hacer películas que no le gustasen, rebelde por morir con 81 años en plena actividad, con un título aún calentito y otro cocinándose en el horno cuando ninguna productora da un duro por un cineasta que corre el riesgo de morirse en la silla de director (que se lo digan, si no, a Billy Wilder)...

Rebelde. Una palabra reservada para unos pocos en la cinematografía estadounidense, John Huston (que también logró mantenerse activo hasta el final, y para colmo, se despidió con una obra maestra) y pocos más. Pero el aspecto menos mencionado de su rebeldía, aunque tal vez más esencial, sea la forma en como concebía sus películas.

Cineasta irregular, con una larga pero necesariamente expurgable filmografía, sus obras mayores (Nashville, El juego de Hollywood, Vidas cruzadas, Gosford Park), así como bastantes de las más olvidables (Prêt-à-porter), están recorridas por una misma concepción cinematográfica en la que prima la visión de conjunto a la exaltación del individuo. Un esquema en el no existe un protagonista claro y que parecería ajeno a los intereses de las grandes estrellas, si no fuera porque, paradójicamente, muchas de ellas ansiaban trabajar con él.

Un poco como nuestro Berlanga, aunque con intenciones y modos bien diferentes, el Altman más inspirado nos regala un perfecto dibujo de las relaciones entre las personas, de las situaciones de poder y opresión en que nos movemos, y nos dice que cada movimiento que hacemos en la vida tiene siempre consecuencias inesperadas e inevitables en los que nos rodean, incluso en los que no nos conocen, y que la existencia no es más que un deslizarse por los miles de caminos entrecruzados que trazamos con cada acción, con cada pensamiento, con cada duda y frustración.

Hay una secuencia, entre otras muchas, que define a la perfección la mirada de Altman. Ocurre en Gosford Park, donde el mapa de esa zona confusa donde confluyen las rígidas jerarquías sociales y los anhelos personales quizá se nos presenta de forma más clara y contundente, y tiene un plano simplemente maravilloso: mientras se oye una canción en el salón donde los ricos y aristócratas convocados pasan el tiempo, juegan, charlan, sin prestar la más mínima atención a lo que está sonando, los criados se acercan a las puertas entreabiertas y la escuchan en silencio.

Ese plano prodigioso de "los de abajo" sentados en las escaleras, en penumbra e iluminados por la luz que sale de la estancia de "los de arriba", recogiendo las migajas de una belleza que no les era destinada aunque ellos la aprecian mejor porque están hambrientos de ella, no como sus ahítos señores, vale por cincuenta páginas de un libro que nos quisiese describir, utilizando sólo la palabra, esas mismas relaciones.

Ése era el Altman en estado de gracia, el Altman que todos recordaremos y que, seguramente, volveremos a ver en su último y testamentario trabajo, A Prairie Home Companion, aún inédito entre nosotros. Qué suerte que aún nos quede un dulce en la bandeja; ahora sólo hace falta que el camarero de la distribuidora se acuerde de traerlo hasta nuestra mesa: como los criados, nosotros también estamos hambrientos de belleza.

21 noviembre 2006

LO MEJOR, LOS TRUCOS




Primera
arribada mágica a nuestras pantallas a la espera de The Prestige. Lo mejor de El ilusionista: el empaque visual, con momentos realmente hermosos (y Paul Giamatti, claro). Lo peor, un guión demasiado obvio y trillado.

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LA BOMBA SUBVERSIVA




Borat es una experiencia provocativa al límite, y su estructura de falso documental, no apto para todos los estómagos ni retinas, esconde bajo lo soez una lúcida e inteligentísima crítica hacia Estados Unidos y sus habitantes.

18 noviembre 2006

LOS ROSTROS DE LA ENFERMEDAD


Que el cine es un espejo que refleja cómo es la sociedad en la que se han hecho las películas es casi una perogrullada; numerosos estudios lo utilizan como una de las vías para investigar y conocer cuáles son los valores imperantes, así como la forma en que se viven las situaciones que, inevitablemente, acaban afectando a los individuos que la componen.

Resulta muy revelador fijarnos en uno de ellos: la enfermedad. ¿Cómo aparece reflejada en el cine actual? Tomemos cuatro ejemplos, dos españoles, uno norteamericano y otro francés, todos del cine más o menos comercial que llega habitualmente a nuestras pantallas.

En una sociedad en la que los valores en alza son la belleza, la salud, la juventud, parecería que no queda sitio para la enfermedad, el reverso de las imágenes y los mensajes en los que vivimos inmersos, queramos o no, las veinticuatro horas del día. En una cultura del éxito y los logros como la nuestra, no encaja lo que supone la mayor derrota de estos conceptos que marcan el triunfo personal y social. Cuando la clave de la felicidad reside (o así se nos quiere transmitir) en el control absoluto sobre nuestra vida, la irrupción de algo tan devastador y fuera de nuestro control como puede ser una enfermedad (que además destruye la belleza, aja la juventud y trunca cualquier proyecto de futuro), se vuelve sencillamente inasimilable, y la mejor estrategia para enfrentarla parece ser la negación y ocultación de una realidad tan desagradable (como demuestra una visita a cualquier moderno tanatorio, en el que la acumulación de eufemismos para ocultar lo que allí se alberga llega al paroxismo cuando se leen, en cualquiera de las revistas gremiales que suele haber en ellos, anuncios de hornos crematorios alabados por su capacidad de procesamientos/hora, en una jerga que no tiene nada que envidiar a los muy asépticos términos con los que se referían los técnicos nazis a sus cámaras de gas).

Por eso, no resulta extraño que la directora más moderna de nuestro cine, Isabel Coixet, aborde la cuestión de la enfermedad, en su celebrada Mi vida sin mí, de una manera modélica según los usos y costumbres actuales: la protagonista, interpretada por Sarah Polley, recibe la noticia de que morirá próximamente de cáncer, y se pone como tarea hacer una serie de cosas antes de morir, una excusa argumental que justifica que la cinta esté llena de momentos supuestamente emotivos y de una gran carga emocional.

El problema es que, en realidad, la película, de tanto querer hurtarnos el lado amargo de lo que narra (se nos dice que la protagonista está enferma, pero en ningún momento vemos en pantalla efecto alguno de esa enfermedad), se instala en ese terreno perfecto, ideal, en el que vive la publicidad y la llamada cultura de diseño, un mundo sin riesgos, no tan lejano en realidad a otras visiones idílicas de otros tiempos y, en el fondo, profundamente conservadora y confortable, por más que se oculte bajo un ropaje de aparente arte y ensayo. Así pues, en esta película, como en general todo el cine de la Coixet, nos enfrentamos a un cascarón vacío, elegantemente envuelto pero en el que la muerte y la enfermedad es una convención narrativa más que, en el fondo, no significan nada.

Algo parecido ocurre con la visión de Alejandro Amenábar, quien en Mar adentro traza un retrato sólo un poco menos complaciente de una situación tan devastadora como la del tetrapléjico Ramón Sampedro, aquí interpretado por Javier Bardem. El discurso de Amenábar encaja como un guante en la misma línea principal de edulcorar la situación, hurtando los mayores riesgos, hasta el punto de intercalar secuencias sonrojantes y directamente ridículas como los del vuelo del personaje que abandona la cama para visitar la playa. Lo que algunos llaman metáfora, aparece más bien como la negación de lo narrado con anterioridad, pues una vez más se liman las aristas hasta convertir una situación tan extrema en algo fácilmente asumible y comercial (hasta el punto de que el cartel norteamericanao prefirió apostar por la imagen de un Bardem/Sampedro joven y atractivo, que en la película ocupa escaso metraje). Sólo al final, cuando se reconstruye el vídeo real del suicidio del protagonista, hay una concesión a la realidad, a la dureza de la muerte, pero se trata de un recurso desenganchado del resto de la película.

Se puede argumentar que la línea entre mostrar la dureza de una enfermedad y el exhibicionismo es muy fina, y es cierto que los telefilmes lacrimógenos se cuentan por miles. Pero, ante un relato en el fondo muy parecido, Clint Eastwood demostró en Million Dollar Baby que la plasmación de la humillación y sufrimiento que supone la enfermedad, en este caso la de la tetrapléjica interpretada por Hillay Swank, no hacen más que dar sentido y coherencia a una historia, en el fondo, mucho más humana que un abordaje tibio y políticamente correcto. Si en la película de Eastwood no se nos mostrase la degradación en el estado de la ex boxeadora, nada de lo que se nos cuenta tendría sentido; sólo hacer presente el dolor humaniza a los personajes, y acaba llevando a una verdadera identificación emocional del espectador.

Pero quizá la película que de forma más honesta, sin caer en la truculencia ni el efecto fácil, ha abordado el tema de la enfermedad en los últimos años, es la producción francesa curiosamente titulada La vida, de Jean-Pierre Améris, en la que se nos narra una preciosa historia de amor entre un enfermo terminal de cáncer que ingresa en una clínica para morir y la voluntaria que le atiende. Este argumento, que sobre el papel puede sonar a fácil e inverosímil, se vuelve ante nuestros ojos en perfectamente asumible, entre otras cosas porque esa relación se mueve en todo momento en los márgenes de lo creíble por la situación, y porque no se hurtan las dudas de una mujer (adorable Sandrine Bonnaire) que atraviesa un momento sentimentalmente muy vulnerable, y que no puede evitar tener dudas sobre si debe seguir los impulsos de su corazón o evitar el daño que, sabe, será inevitable.

La vida es una rara avis porque en ella podemos ver, con una elegancia que huye de lo escatológico y que nada tiene que ver con el cómodo diseño, cómo se van manifestando los síntomas de la enfermedad. Ante nuestros ojos, el protagonista irá degradándose, en un proceso que quien lo haya vivido en un ser querido reconocerá perfectamente (a lo que ayuda el particular físico de Jacques Dutronc). Y sin embargo, esta propuesta, aparentemente más desoladora y desesperanzada, termina revelándose como la más hermosa, vitalista y reconfortante. Porque es, pura y simplemente, la más humana. Y, nos guste o no, la enfermedad y la muerte definen la humanidad tanto como la risa, el nacimiento o el amor; negarlo es negarnos a nosotros mismos y renunciar a una visión plena de lo que somos.

MAR ADENTRO. España, Francia, Italia, 2004. Color, 125 min. Director: Alejandro Amenábar. Guión: Alejandro Amenábar, Mateo Gil. Intérpretes: Javier Bardem, Belén Rueda, Lola Dueñas, Mabel Rivera, Celso Bugallo, Tamar Novas, Joan Dalmau. Fotografía: Javier Aguirrresarobe. Montaje: Alejandro Amenábar. Música: Alejandro Amenábar. Producción: Alejandro Amenábar, Fernando Bovaira. Vista en: Cine, TV.

MI VIDA SIN MÍ. España, Canadá, 2001. Color, 106 min. Dirección y guión: Isabel Coixet, basado en el libro de Nanci Kinkaid Pretending the Bed Is a Raft. Intérpretes: Sarah Polley, Amanda Plummer, Scott Speedman, Leonor Watling, Deborah Harry, Maria de Medeiros, Mark Ruffalo. Fotografía: Jean-Claude Larrieu. Montaje: Lisa Robison. Música: Alfonso Vilallonga. Producción: Esther García, Gordon McLennan, Agustín Almodóvar, Pedro Almodóvar. Vista en: Cine.

MILLION DOLLAR BABY. Million Dollar Baby. EE. UU., 2004. Color, 132 min. Director: Clint Eastwood. Guión: Paul Haggis, basado en las historias de Rope Burns, de F. X. Toole. Intérpretes: Clint Eastwood, Hillary Swank, Morgan Freeman, Jay Baruchel. Fotografía: Tom Stern. Montaje: Joel Cox. Música: Clint Eastwood. Producción: Clint Eastwood, Paul Haggis, Tom Rosenberg, Albert S. Rudy. Vista en: Cine, DVD (Warner).

LA VIDA. Ç'est la vie. España, Francia, 2001. Color, 113 min. Dirección y guión: Jean-Pierre Améris, basado en los libros La mort intime, de Caroline Bottaro, y en la novela de Marie Hennezel. Intérpretes: Jacques Dutronc, Sandrine Bonnaire, Emmanuelle Riva, Jacques Spiesser. Fotografía: Yves Vandermeeren. Montaje: Martine Giordano. Producción: Philippe Godeau. Vista en: Cine.

14 noviembre 2006

EN LA CORTE DE HELEN MIRREN



Su Majestad Helen Mirren reina en esta película, y ni siquiera necesita un Oscar que demuestre que estamos ante una de las mejores obras de los últimos años. Su perfecta interpretación de Isabel II encabeza unos títulos de crédito en los que resulta tarea imposible encontrar el menor fallo.

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LOS FANTASMAS... ¿DE GOYA?



Llegó por fin Los fantasmas de Goya, la esperada nueva película de Milos Forman, rodada íntegramente en España. Llegó, sí; pero la sensación que deja, inevitablemente, es de decepción. O, visto el trailer, ¿de verdad nos ha decepcionado tanto?

10 noviembre 2006

DE BUTACAS Y BLOGS



Semana de (gratas) novedades para éste su humilde servidor que les escribe: los chicos de LaButaca.net me han ofrecido colaborar con su web, algo que, por inesperado, me ha alegrado muchísimo, pues no en vano se trata de una de las páginas que, desde que me he ocupado de cosas relacionadas con el cine, más útiles me han sido. Así que, obvio es decirlo, tener la posibilidad de colaborar con ellos es una oportunidad que me he apresurado a aceptar (espero que no sean ellos los que tengan que arrepentirse).

Mi colaboración consistirá en la publicación de críticas de estrenos, a un ritmo similar con el que venían apareciendo en este blog. Por ello, a partir de ahora, será allí donde continuaré comentando las nuevas películas que tenga ocasión de ver; pero, por si alguno de vosotros quiere seguir leyéndolas, iré informando aquí, en Dioses y Monstruos, de las críticas que vayan apareciendo.

¿Quiere eso decir que abandono el blog? Ni mucho menos. De hecho, hay una pequeña espina que tengo clavada, y que llevaba ya bastante tiempo queriendo sacarme: dado que últimamente me había centrado en los estrenos, tenía muy descuidada la publicación de posts de temas más generales, clásicos o que, por alguna u otra razón, tienen que ver con el cine y que me interesan tanto o más que aquéllos. Ahora, ocuparán todo el espacio de este blog.

No hace falta que os diga que me ilusiona mucho esta nueva etapa; quiero daros las gracias a todos los que me seguís en los (aún pocos) meses que hay luz en esta casa. Si queréis continuar, podéis estar seguros de que aquí se seguirá hablando de cine, una pasión que espero nunca me abandone, y que he tenido la inmensa suerte de compartir con vosotros, amigos sin rostro pero ya, en cierta manera, habituales en mi casa, en la pantalla de mi ordenador, a veces coincidiendo, otras con disparidad de criterios, pero siempre siempre aprendiendo de vosotros.

Gracias a todos; y, parafraseando a Buzz Lightyear, hasta el próximo post... ¡y más allá!

P. S. Muy "hábilmente", como veréis, me he cargado sin querer la plantilla del blog... Os pido paciencia mientras, poco a poco, voy reconstruyéndola.

07 noviembre 2006

GORE FOR PRESIDENT


Lo malo que tienen las películas, o libros, o lo que sea, que defienden una causa que todos suscribiríamos, es lo difícil que es hacer una crítica de ellos. En general, solemos tender a pensar: "bueno, si contribuye a lograr algo bueno, ¿qué más da lo demás? Al fin y al cabo, el fin justifica los medios..."

Pues si hay un ejemplo de libro, es este documental, Una verdad incómoda, un vehículo destinado a lanzar la voz de alarma sobre el cambio climático que se nos avecina y que, lo sentimos señores, ya está llamando a nuestras puertas: porque, si todavía quedaba alguien que siguiera consolándose con el cínico pensamiento de "Bueno, ¡total, yo no lo voy a ver...! El que venga detrás, que arree...", ya puede ir despidiéndose de forma tan útil y sencilla de escurrir el bulto: como nos demuestra la película con profusión de datos, el plazo es sensiblemente inferior a todo lo que se creía hasta ahora: no sólo no es cuestión de siglos, sino que, desgraciadamente, sus devastadores efectos empezarán a notarse mientras la generación actual aún esté haciendo de las suyas sobre el planeta.

Es más, el tiempo que queda para poder hacer algo que lo impida es muy fácil de medir: diez años. Si no se invierte, o al menos se ralentiza, el proceso que está intensificando el efecto invernadero (es decir, básicamente, la emisión de gases a la atmósfera, junto a actividades tan variadas y destructivas como la deforestación, la superpoblación o el derroche del agua, entre otras muchas), el futuro que nos describía Hijos de los hombres puede quedarse corto ante lo que veremos.

Como veis, resulta difícil, por no decir imposible, no adherirse incondicionalmente a esta rara avis que llega a nuestras pantallas con el loable objetivo de dar un aldabonazo que despierte las conciencias que aún puedan dudar de que no estamos ya ante una controversia de especialistas, sino ante un hecho científico más que probado, que ya está empezando a dejar sentir sus primeros efectos con los desastres meteorológicos, la aparición de nuevas enfermedades, la extensión del hambre mundial o el derretimiento a marchas forzadas del Polo Norte, Groenlandia o la Antártida... o sea, que hay que tener muy mala leche para encontrarle un "pero" a una propuesta así.

...pues me temo que yo sí, yo lo tengo. Y tiene nombre: Al Gore.

Porque el problema es que esta película, que parte de un principio asumible por todos los "hombres de bien" (expresión que normalmente me repele, pero que aquí utilizo en su significado literal, es decir, la de aquellos que, normalmente, no desean el mal) se revela como un vehículo a mayor gloria y ensalzamiento del que fuera vicepresidente de los Estados Unidos en los ocho años de mandato Clinton, además de derrotado en, digamos, controvertidas circunstancias ante su rival George W. Bush en las presidenciales del 2000 (él mismo se presenta en el documental, haciendo gala de un gran sentido del humor diciendo: "Buenas noches, soy Al Gore, y una vez fui conocido como 'el próximo presidente de los Estados Unidos de América'").

Hasta tal punto es así que, en realidad, la película no es otra cosa que la filmación de una conferencia que Gore lleva pronunciando desde hace años, en una cruzada personal contra el cambio climático, tanto fuera como dentro de Estados Unidos. Y, cuando digo una conferencia, digo bien, porque literalmente es a lo que asistimos, si bien utilizando todos los recursos que la tecnología pone a disposición de cualquier especialista en management, con power points, videos, gráficos y las tablas de un perfecto orador american style; o sea: claro, divertido, ameno, con los targets bien puestos y un argumentario esencial, eficaz y comprensible para todos los auditorios.

Y se puede volver a preguntar: "y eso, ¿es malo?" Pues en realidad, no. Claro que, como la conferencia dura una hora, para completar el metraje, nos intercalan planos de Gore recorriendo el mundo en su cruzada personal, siempre con el portátil a cuestas (¿cómo hará ahora con las nuevas restricciones de seguridad aérea, que ponen trabas en el uso de aparatos electrónicos a bordo?), trabajando incansablemente en el Amazonas, Tokio, China o Massachussets, mirando siempre con ojos trascendentes por la ventanilla del coche, la ventana del hotel, el paisaje de su rancho... oteando el porvenir, un profeta de la Nueva Era que vivió su propia revelación (¿por qué todos los políticos tienen que tener una especie de epifanía para justificar todas sus acciones de cara a la Historia?): según nos cuenta él mismo, cuando su hijo estuvo a punto de morir, abrió los ojos y vio que era el momento de hacer algo por el planeta...

En fin, ésa es la dicotomía entre la que oscilan mis sentimientos hacia este documental: por un lado, uno no puede evitar intentar recordar los datos que maneja, para soltárselos a todos los que aún dicen que es normal que ahora haya huracanes en el Hemisferio Sur, que el Kilimanjaro se esté quedando sin nieves, que sea cada vez más frecuente avistar osos polares ahogándose en medio de una gran superficie de agua que hasta hace bien poco era hielo, que ciudades africanas construidas a una altura suficiente para escapar de los mosquitos estén siendo asoladas por plagas de ellos, o que el ritmo de aparición de nuevas enfermedades se haya multiplicado por bastantes dígitos en tan sólo dos décadas...

...pero, por otro lado, siento antipatía hacia ese personalismo, que uno intuye más dirigido hacia un espectador norteamericano, con vistas a rehabilitar al político que fracasó en el momento más importante de su carrera y convertirlo en una referencia ética para sus conciudadanos. Todo eso está muy bien, pero, ¿no habría sido mejor que usara su influencia y su (indudable, no lo niego) carisma para que se realizase un documental igual o más contundente que éste, en el que él pudiese aparecer pero en el que no fuese el protagonista? El mensaje sería el mismo y, sinceramente, ganaría muchísimo en credibilidad.

En fin, vamos a dejarlo aquí. Y, ante la duda, inclinémonos por la primera perspectiva, que al fin y al cabo es lo más importante, y dejemos de lado a este Gore for President virtual, o Vean Lo Que Se Perdió El Mundo Al No Tener A Este Prohombre En El Despacho Oval. Ved el documental (si es en DVD y podéis saltaros los intercalados de hagiografía goriana, mejor) y reciclad, comprad bombillas de bajo consumo, haced lo que sea, no os importe que sea Gore el que os lo pida. E incluso, visitad esta web (en inglés, eso sí): es publicidad, pero por una buena causa, como los Mercedes y los loft que uno puede ganar estos días en El País sin cargo de conciencia. ¿Qué más se puede pedir?

UNA VERDAD INCÓMODA. An Inconvenient Truth. EE. UU., 2006. Color, 100 min. Director: Davis Guggenheim. Intérprete: Al Gore. Música: Michael Brook. Montaje: Jay Lash Cassidy, Dan Swietlik. Producción: Lawrence Bender, Scott Burns, Scott Z. Burns, Laurie Lennard. Vista en: Cine.

[+] Cinema Resencioni: An Inconvenient Truth, en They Made Me Do It
[+] Una verdad incómoda, en La Butaca
[+] Una verdad incómoda, en Ser cinéfago, según John Trent

05 noviembre 2006

DECEPCIÓN


El nombre de Steven Zaillian está ligado a varios de los mejores momentos del cine norteamericano de los últimos años: guionista de, entre otras, Despertares, La lista de Schindler (por la que ganó el Oscar), Misión imposible, Hannibal (junto con David Mamet), Gangs of New York o La intérprete, además del próximo proyecto de Ridley Scott, American Gangster, es director de dos títulos muy interesantes (En busca de Bobby Fischer y Acción civil), con una capacidad para la narración y los matices que los distanciaba de los adocenados productos que llenan las carteleras cada temporada.

Si a esto unimos que el reparto de Todos los hombres del rey es de los que quitan el hipo, y que la película se basa en la misma novela de Robert Penn Warren que inspiró en 1949 la mítica El político, de Robert Rossen, que ganó tres Oscar, la expectación era máxima. Pues bien, vistos los resultados, lo mínimo que se puede decir es que estamos ante una película decepcionante.

Y lo es, en primer lugar, por el punto donde podrían esperarse menos fisuras: el guión. Sus dos títulos anteriores como director ya nos habían dado las pautas que configuran su estilo, la búsqueda de una narración limpia, en la que se despoja a la historia de cualquier exceso de elementos que impidan su fluidez y claridad. Así, En busca de Bobby Fischer era una reflexión sobre si es obligatorio seguir un don cuando el precio a pagar es la diferencia y la infelicidad, mientras que en Acción civil se nos detallaba, a través de la caída de un abogado triunfador que se enreda en un caso de indemnizaciones que cree que le consagrará y acaba llevando a la ruina a su bufete, los mecanismos y enjuagues que se ocultan en el funcionamiento de la maquinaria judicial estadounidense. Y, en este segundo caso, sorprendía además la claridad y asepsia de un relato que huía de recursos fáciles como su contemporánea Erin Brockovich, con un planteamiento bastante similar.

Pues bien, en Todos los hombres del rey, esa búsqueda de la esencia se confunde con un adelgazamiento tal de los engarces de la historia que, literalmente, ésta se deshace. Y de ese pecado original vienen todos los males que lastran una película en la que sus dos horas y veinte minutos acaban pesando como una losa: ante una historia deslavazada, que tiene como eje la de la arribada al puesto de gobernador de Louisiana de un populista que pronto se revela como un potencial dictador que se escuda en una pretensión manipuladora de querer devolver toda la riqueza al pueblo, y la de un ramillete de personajes que viven a su sombra, la labor de los actores acaba dando, en muchas ocasiones, palos de ciego.

Algo que afecta a Jude Law (verdadero protagonista de la película, y que hace una interpretación soberbia), pero sobre todo a Kate Winslet y Mark Ruffalo, cuyos personajes, cruciales para la trama, están muy mal explicados, al igual que el de Patricia Clarkson, de la que terminamos queriendo saber más. Anthony Hopkins y James Gandolfini cumplen, pero el verdadero problema es cuando llegamos a Sean Penn.

Aunque no sea el verdadero protagonista de la película (por más que la promoción parezca decir lo contrario), su interpretación del gobernador Willie Stark debería ser el eje central que diese sentido a toda la película. Pero aquí sobreactúa, el dibujo de su personaje está estereotipado, y resulta difícil creer en su capacidad de fascinación. Su forma de dar los discursos resulta demasiado teatral y gesticulante, probablemente con la intención de resaltar el vacío de sus promesas, pero el problema es que nos expulsa y vuelve artificial la inicial respuesta enfervorizada del pueblo. Y luego, cuando se supone que se va alejando de la gente y nos lo presentan con mucha distancia de sus oyentes, la frialdad es tan grande que ni la música de James Horner, excesivamente remarcadora, ayuda.

Y eso que hay momentos, diálogos sueltos, en los que brilla la maestría de Zaillian. Pero el resultado final es el de haber visto tan sólo escenas aisladas, sin vertebrar, en las que las motivaciones de los personajes se nos escapan. Y eso es muy grave cuando, en el fondo, se nos quiere contar una tragedia con pretensiones shakesperianas. Pero poco Shakespeare puede haber cuando lo que les sucede a los que pasan por la pantalla nos importa bien poco.

TODOS LOS HOMBRES DEL REY. All the King's Men. EE. UU., Alemania, 2006. Color, 140 min. Dirección y guión: Steven Zaillian, basado en la novela de Robert Penn Warren. Intérpretes: Sean Penn, Jude Law, Patricia Clarkson, Kate Winslet, James Gandolfini, Anthony Hopkins, Mark Ruffalo, Kathy Baker. Fotografía: Pawel Edelman. Montaje: Wayne Wahrman. Música: James Horner. Producción: Ken Lemberger, Mike Medavoy, Arnold Messer, Steven Zaillian. Vista en: Cine.

[+] Todos los hombres del rey, de Steven Zaillian, en Mi galaxia muy lejana

01 noviembre 2006

LOS OTROS


Los críticos con el cine de terror suelen olvidar que se trata de uno de los géneros más cinematográficos que existen, además de los más ricos en interpretaciones y lecturas (por no hablar de que sus seguidores pertenecen, sin duda, al gremio más militante, entregado y enfervorizado de toda la familia cinéfila, algo que, bien aprovechado vale por toneladas de marketing y glamour, como bien saben los muy listos chicos de Sitges). Por supuesto, abundan los bodrios (¿alguien me puede decir en qué género no?), pero de vez en cuando, bajo su envoltura, nos llegan auténticas maravillas, como ocurrió recientemente con el estupendo remake de Las colinas tienen ojos.

Además, las temáticas y claves del género, que básicamente no han cambiado demasiado desde la última revolución que supuso la aparición del subgrupo de psicópatas varios, tienen el interés añadido de servir de termómetro que nos muestra cuáles son los miedos y preocupaciones latentes de cada momento. Bajo esquemas que, básicamente, se repiten una y otra vez, aparecen detalles que nos hablan muchas veces mejor de la sociedad en la que fueron creadas que otras sesudas propuestas de índole más serio. Así, no sorprende que, en los estertores del colonialismo, muchas de las primeras película de terror situasen en la brujería y el misterio africanos o asiáticos el origen de la amenaza, ni que los psicópatas tengan preferencia por las más apartadas zonas rurales de Estados Unidos, en las que aún late el fanatismo y la cerrazón que forman la parte más oscura del alma del país.

Por eso, resulta interesante ver Ellos, una película pequeña, poco ambiciosa y en general bastante eficaz (aunque demasiado estirada con un prólogo que nada añade y que es el principal obstáculo para entrar en la propuesta) porque su trama, nada original (pareja que vive una pesadilla cuando su casa recóndita es asaltada por un grupo de misteriosos individuos con intenciones más bien perversas) aunque, al parecer, basada en hechos reales, se sitúa en el que parece haberse convertido en uno de los escenarios abonados para el mal, según algunas últimas propuestas como la reciente Hostel: la Europa del Este (en este caso, más concretamente, Rumanía).

Se puede argumentar que no es nada nuevo; al fin y al cabo, el mismísimo Drácula procedía, como todos sabemos, de Transilvania. Pero intuyo que, en el caso de la película francesa que nos ocupa, algo tiene que ver la incertidumbre en la que la cómoda y occidental Europa se encuentra sumida, y de la que Francia constituye, hoy por hoy, uno de los mayores ejemplos de confusión y temor, rodeada por los otros, los extraños, seres sin rostro y con extrañas lenguas y costumbres que se agolpan contra las puertas de nuestro particular y artificial paraíso.

Porque lo que se oculta en las sombras que rodean a la casa de la pareja, un trozo de la civilizada Francia injertado en un entorno amenazante como la selva que rodeaba a los sufridos protagonistas de las sesiones dobles de nuestros abuelos, es la más pura e irracional violencia, que se ceba con una desmesura insólita en la intelectual pareja formada por una profesora de francés y su marido escritor. ¿Sería concebible trasladar esta misma historia a un lugar perdido de la campiña gala? Tengo mis serias dudas.

Para los que hayáis visto la película, puede que esta reflexión os parezca excesiva: como digo, Ellos es una obra pequeña, con buenos destellos que ya han abierto las puertas de Hollywood a sus directores, pero que en modo alguno va a añadir gran cosa al género. Pero creo firmemente que, si bien muy pocas cosas en el cine son inocentes, esa inocencia se desvanece por completo cuando, al fin y al cabo, se trata de apelar a nuestros mayores temores y angustias. Y son precisamente las obras que logran iluminar algún nuevo rincón oscuro las que, a la larga, acaban insuflando vida a un género veterano que, hoy por hoy, parece vivir una nueva época de esplendor.

ELLOS. Ils. Francia, 2006. Color, 77 min. Dirección y guión: David Moreau, Xavier Palud. Intérpretes: Olivia Bonamy, Michaël Cohen. Fotografía: Axel Cosnefroy. Montaje: Nicolas Sarkissian. Producción: Richard Grandpierre. Vista en: Cine.

[+] Ellos, en Ser cinéfago, según John Trent